mercredi 18 février 2009

Version d'entraînement, 21 (Eduardo Mendoza), spécialement pour Brigitte

En photo : EDUARDO MENDOZA, ESCRITOR par bocángel

NOTA DEL AUTOR

Aunque tiene muchos elementos en común con El misterio de la cripta embrujada y con su continuación, El laberinto de las aceitunas, ambos publicados con anterioridad, Sin noticias de Gurb es sin duda el libro más excéntrico de cuantos he escrito, probablemente porque no es en rigor un libro, o no nació con la voluntad de serlo. Mi amigo Xavier Vidal-Folch, entonces director en Cataluña del diario El País, solía proponerme una o dos veces al año que le escribiera algo para su periódico, a lo que yo sistemáticamente me negaba, porque siempre he sentido un miedo cerval ante el elemento más característico del periodismo: el inapelable plazo de entrega. Escribo con mucha lentitud y me ha sucedido más de una vez acabar un libro y volverlo a empezar desde la primera frase porque no me gustaba el resultado, con el retraso fácilmente imaginable. Es éste un privilegio al que siempre me he propuesto no renunciar, pero al que he renunciado en más de una ocasión, sin que pueda justificar qué me impulsó a hacerlo; tal vez un insensato afán de ponerme a prueba. Y siempre que he obrado así, en contra de mi propio parecer, las consecuencias han sido peores de lo que yo había temido. Sea como sea, en una ocasión como tantas otras, la incitación de Vidal-Folch me encontró mejor predispuesto, o quizá sin nada entre manos, y le prometí, como mínimo, pensar en el asunto.
Muchos años antes, en Nueva Cork, durante uno de esos largos períodos de sequía literaria que experimentamos todos los escritores, había empezado a escribir una obra de ciencia ficción en tono humorístico, sin propósito alguno, más por la necesidad de emborronar papel que por otra razón. No soy aficionado al género de la ciencia ficción; a decir verdad, lo detesto. En cambio me gustan las películas de la ciencia ficción (aunque suelen acabar, como las propias novelas, incurriendo en el esoterismo, el milenarismo y otras variantes de la frivolidad) y cuando me puse a escribir aquella fábula acababa de ver una cuyo argumento no había entendido, pero cuyas imágenes me habían producido una gran satisfacción. Supongo que fueron estas imágenes las que me impulsaron a imaginar aquella historieta, cuyo argumento, por lo demás es muy poco original, estaba más emparentado con las fábulas morales del siglo XVIII (por ejemplo con los viajes de Gulliver) que con las auténticas novelas de ciencia ficción: un viajero espacial, a su regreso de la Tierra, refería a sus amigos las cosas raras que había visto en el curso de sus viajes, ante el estupor de aquéllos, que durante la ausencia del viajero habían seguido desempeñando trabajos rutinarios y llevando una vida de lo más monótona y convencional. El impulso se agostó pronto y el relato quedó interrumpido en la página veinte, o poco más, que es, según tengo experimentado, donde quedan interrumpidos casi todos los relatos, para desmoralización de quien los había emprendido rebosante de entusiasmo. Ahora, comprometido a escribir una historia que pudiera fraccionarse en entregas y que tuviera una estructura suficientemente maleable, desempolvé aquella antigua fábula y le di la vuelta.
Barcelona se encontraba entonces en una situación insólita: la inminencia de los Juegos Olímpicos había puesto la ciudad patas arriba, pero el talante de los ciudadanos, pese a todos los inconvenientes, era jovial y expectante. Y como siempre que algo altera la monotonía, la picaresca asomaba el hocico por todos los rincones.
Acotado el escenario, decidido el personaje (una vez más, sin nombre) y trazado el embrión de una leve peripecia (buscar a su compañero, Gurb), di con una técnica narrativa que me había de facilitar enormemente la tarea: la división del tiempo narrativo en fracciones mínimas. A partir de ahí no tuve más que ir aprovechando lo que el azar me ponía delante de los ojos: una churrería próxima a mi casa me sugirió la desmedida afición del extraterrestre por los churros; las noticias que iban apareciendo en la prensa diaria, otras tantas situaciones o comentarios.
De este modo cumplí con mi compromiso, pero no si sufrimiento: acabé escribiendo contrarreloj y las últimas entregas las fui enviando al periódico de hoja en hoja. Al final me sentí muy orgulloso de haber salido con bien del trance, pero apesadumbrado por haber tenido que escribir sin reflexión y que publicar sin revisión. Más tarde, cuando el relato apareció en forma de libro, introduje algunos cambios, muy pocos. La verdad es que cuando me propusieron reagrupar los distintos fragmentos del relato y publicarlo en forma de libro no mostré el menor interés. Desde el punto de vista personal, consideraba terminada la aventura, como me sucede siempre que acabo un libro, y desde el punto de vista comercial, no creía que nadie fuera a comprar un relato que había salido pocos meses antes en un periódico de gran tirada y que, por otra parte, trataba de cosas muy específicas de la vida local en un momento muy singular, irrepetible e intransferible. Naturalmente, me equivoqué. Sin noticias de Gurb es quizá el libro mío que más se ha vendido. También ha sido traducido a varios idiomas, cosa aún más sorprendente.
Visto ahora, después de transcurridos unos años desde su aparición, la razón del éxito es fácil de explicar, al menos en parte: es un libro breve y sumamente fácil de leer. Dudo que exista en toda la historia de la literatura reciente un libro más fácil de leer, por la sencilla razón de que está escrito en un lenguaje coloquial, su contenido es ligero y las partes que lo integran tienen una extensión de muy pocos renglones. También es un libro alegre, como lo fueron las circunstancias en que fue escrito: una primavera llena de promesas. A diferencia de lo que ocurre con los otros relatos de humor que he publicado (El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas, a los que me he referido antes) en éste no hay una sola sombra de melancolía. Es una mirada sobre el mundo asombrada, un punto desamparada, pero sin asomo de tragedia ni de censura. A esto contribuyó el hecho de haberlo escrito pensando en que tendría una vida efímera, que se iría esfumando de día en día, y de que por lo tanto no había de tener más entidad que una charla de amigotes.


EDUARDO MENDOZA

Barcelona, febrero de 1999

Eduardo Mendoza, Son noticias de Gurb

***

Brigitte nous propose sa traduction, partie 1… la suite d'ici peu :

Bien qu’il ait de nombreux éléments en commun avec Le Mystère de la Crypte Ensorcelée et sa suite, Le labyrinthe des Olives, tous deux publiés avant, Pas de Nouvelles de Gurb est sans aucun doute le livre le plus excentrique de tous ceux que j’ai écrits probablement parce qu’il n’est pas rigoureusement un livre, ou qu’il n’est pas né de la volonté d’en être un.
Mon ami Xavier Vidal-Folch, alors directeur en Catalogne du journal El País, avait coutume, une à deux fois l’an, de me proposer d’écrire quelque chose pour son journal, ce à quoi je me refusai systématiquement, parce que j’ai toujours ressenti une peur bleue face à l’élément le plus caractéristique du journalisme : le délai sans appel de la remise. J’écris avec une grandeur lenteur et il m’est arrivé plus d’une fois de terminer un livre et de le recommencer depuis la première phrase parce que le résultat ne me plaisait je n’étais pas satisfait du résultat, avec le retard qu’on imagine aisément. C’est à ce privilège que je me suis toujours proposé de ne jamais renoncer, mais auquel je me suis vu renoncer en plus d’une occasion, sans que je puisse justifier ce qui m’avait incité à le faire ; peut-être un désir insensé de me mettre à l’épreuve. Et chaque fois que j’ai agi ainsi, à l’encontre de mon propre avis, les conséquences ont été pires que ce que je craignais. Quoi qu’il en soit, en une occasion comme tant d’autres, la sollicitation de Vidal-Folch, me trouva en de meilleures dispositions, ou peut-être sans autre projet en cours, et je lui promis, tout du moins, d’y réfléchir.
Plusieurs années auparavant, à New York, pendant une de ces longues périodes de sécheresse littéraire que nous, les écrivains, connaissons tous, j’avais commencé à écrire une œuvre de science fiction sur un ton humoristique, sans aucun but précis, plus par besoin de noircir du papier que pour quelque autre motif. Je ne suis pas un amateur de science fiction ; à vrai dire, je déteste ce genre. Par contre, j’aime les films de science fiction (bien qu’ils se terminent généralement, comme les romans du même genre, en versant dans l’ésotérisme, le millénarisme et autres variantes de la frivolité) et quand je me suis mis à écrire cette fable, je venais d’en voir un dont je n’avais pas compris l’histoire, mais dont les images m’avaient procuré un grand plaisir. Je suppose que ce sont ces images qui m’ont incité alors à imaginer cette petite histoire. Son sujet , somme toute bien peu original, s’apparentait davantage aux fables morales du XVIIème siècle (par exemple les voyages de Gulliver) qu’aux authentiques romans de fiction : de retour sur Terre, un voyageur intergalactique rendait compte à ses amis des choses étranges qu’il avait vues au cours de ses voyages, face à la stupeur de ceux-ci qui, pendant l’absence du voyageur, avaient continué à occuper des emplois routiniers et à mener une vie des plus monotone et conventionnelle.

***

Odile nous propose sa traduction :

NOTE DE L'AUTEUR

Bien qu'il ait beaucoup d'éléments en commun avec Le mystère de la crypte ensorcelée et avec sa suite, Le labyrinthe des olives, tous deux publiés antérieurement, Pas de nouvelles de Gurb est sans aucun doute le livre le plus excentrique parmi tous ceux que j'ai écrits, probablement parce qu'il n'est pas formellement un livre, ou bien parce qu'il n'est pas né de la volonté d'en être un. Mon ami, Xavier Vidal-Foch, alors directeur en Catalogne du journal El País, avait l'habitude de me proposer une ou deux fois par an d' écrire quelque chose pour son journal, ce que je refusais systématiquement, car j'ai toujours ressenti une angoisse terrible devant l'élément le plus caractéristique du journalisme : le délai sans appel du moment de la remise. J'écris avec beaucoup de lenteur et, plus d'une fois, il m'est arrivé de terminer un livre et de le recommencer depuis la première phrase parce que je n' étais pas satisfait du résultat, avec le retard facilement imaginable. C'est là un privilège auquel je me suis toujours proposé de ne jamais renoncer, mais auquel j'ai renoncé à plusieurs reprises, sans que je puisse justifier ce qui m'avait poussé à le faire ; peut-être un désir insensé de me mettre à l'épreuve. Et chaque fois que j'ai travaillé ainsi, à l'encontre de ma propre volonté, les conséquences ont été pires que ce que j'avais craint. Quoi qu'il en soit, une des sollicitations de Vidal-Foch me trouva en de meilleures dispositions, ou peut-être étais-je alors sans rien en train, et je lui promis, tout au moins, de réfléchir à la question.

Bien des années auparavant, à New-York, pendant une de ces longues périodes de sécheresse littéraire que traversent tous les écrivains, j'avais commencé à écrire une oeuvre de science-fiction sur le ton humoristique, sans but précis, davantage par besoin de noircir du papier que pour toute autre raison. Je ne suis pas ne suis pas un amateur de science-fiction ; pour tout dire, je la déteste.
En revanche, j'aime les films de science-fiction (bien qu'ils finissent, tout comme les romans, par verser dans l'ésotérisme, le millénarisme et autres variantes de la frivolerie) et, lorsque je me mis à écrire cette histoire, je venais d'en voir un dont je n'avais pas compris le sujet, mais dont les images m'avaient procuré un grand plaisir. Je suppose que ce sont elles qui me poussèrent à imaginer cette petite histoire dont l'argument, d'ailleurs très peu original, est davantage apparenté aux fables morales du XVIII ème siècle (par exemple, Les voyages de Gulliver) qu'aux véritables romans de science-fiction : un voyageur spatial, à son retour sur Terre, racontait toutes les choses étranges qu'il avait vues au cours de ses voyages, à la plus grande stupéfaction de ses amis qui avaient continué durant son absence à accomplir des tâches routinières et à mener une vie des plus monotones et des plus conventionnelles. Mon inspiration se tarit bientôt et le récit resta en suspens à la page vingt, ou guère plus loin, c'est-à- dire, comme j'ai pu le constater, au point où en restent la plupart des récits, au grand désespoir de qui les avait entrepris en débordant d'enthousiasme. Alors, m'étant engagé à écrire une histoire qui pourrait se diviser en épisodes, et qui aurait une structure suffisamment malléable, je dépoussiérai cette vielle histoire et je la repris.

Barcelone vivait alors une situation insolite : l'imminence des Jeux Olympiques avait mis la ville sens dessus dessous mais l'humeur de ses habitants, malgré tous les inconvénients engendrés, était joviale et fébrile. Et comme toujours lorsque quelque chose bouleverse la monotonie, la roublardise pointait son nez à tous les coins de rue.
Quand j'eus délimité le lieu, choisi mon personnage (une fois de plus, sans nom) et esquissé l'embryon d'une petite péripétie (chercher son compagnon, Gurb), je trouvai une technique narrative qui devait énormément me faciliter le travail : la division du temps de la narration en très courtes séquences. À partir de là, je tirai profit de ce que le hasard offrait à mon regard : une churreria* proche de chez moi me suggéra le goût démesuré de l'extra-terrestre pour les beignets et les informations publiées dans la presse quotidienne me fournirent bien d'autres situations ou commentaires.

Ainsi, je tins mon engagement mais ce ne fut pas sans souffrance : terminer l'écriture fut une course contre la montre et j'envoyai les dernières remises au journal feuillet par feuillet. À la fin, j' étais fier de m' être assez bien tiré de ce mauvais pas, mais soucieux car j'avais dû écrire sans réflexion et publier sans relecture. Plus tard, lorsque le récit parut sous forme de livre, j' y apportai quelques modifications, très peu. À vrai dire, quand on me proposa de regrouper les différents fragments du récit et de le publier sous forme de livre, je ne manifestai pas le moindre intérêt. D'un point de vue personnel, je considérais l'aventure comme terminée, comme chaque fois que j'achève un travail et du point du vue commercial, je doutais que quiconque puisse acheter un livre dont le contenu avait paru quelques mois auparavant dans un journal à grand tirage et qui, d'autre part, traitait de choses très spécifiques à la vie locale et aussi d' un moment bien particulier, unique et non transposable ailleurs. Naturellement, je faisais erreur. Sans nouvelles de Gurb est peut-être celui de mes livres qui s'est le mieux vendu. Et chose plus surprenante encore, il a aussi été traduit en plusieurs langues.

Aujourd'hui, quelques années après sa sortie, il est facile d' expliquer la raison de ce succès, au moins en partie : c'est un livre court et extrêmement facile à lire. Je doute qu'il existe, dans toute l'histoire de la littérature récente, un livre plus facile à lire, pour la simple raison qu'il est écrit dans une langue familière, que son contenu est léger et que les différentes parties qui le composent sont assez courtes. C'est aussi un livre gai, tout comme le furent les circonstances lors de sa rédaction : un printemps plein de promesses. À la différence des autres récits d'humour que j'ai publiés (Le mystère de la crypte ensorcelée et Le labyrinthe des olives dont j'ai parlé plus haut), il n'y a pas, dans celui-là, la plus petite ombre de mélancolie. C'est un regard étonné et quelque peu désemparé sur le monde, mais sans pointe de tragédie ou de jugement. Cela s'explique par le fait de l'avoir écrit en pensant que son existence serait éphémère et s'estomperait peu plus chaque jour, et que par conséquent, il n'aurait pas plus d'importance qu'une discussion entre vieux amis.

Churreria : établissement qui vend des churros : petit beignet fin, de forme cylindique et cannelée, connu en France sous le nom de « chichi », celui de nos fêtes foraines, différent toutefois du churro espagnol!!

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Merci, chère Caroline ! Je suis très sensible à cette délicate attention...Je ne vais sans doute pas résister non plus à la tentation de traduire ces quelques lignes de mon "roman fétiche", l'occasion est trop belle !!!