jeudi 18 juin 2009

Test de juin 2009, traduction journalistique

Las mujeres con poder y el poder de las mujeres

La Argentina tiene una fuerte tradición en la participación de las mujeres en el espacio público y en la política institucional; no por nada fue donde consiguieron –por la lucha de muchas y la decisión política de una, Evita Perón– una temprana participación en el sufragio político. Si observamos atentamente a nuestro alrededor, desde la primera magistratura de la Nación, cargos en la Corte Suprema de Justicia, liderazgos opositores hasta un número importante de cargos legislativos, así como ministerios, secretarías y subsecretarías del Estado están a cargo de mujeres. Por eso, el primer interrogante reside en si es registrable alguna distinción en relación con el desempeño de estos cargos cuando lo llevan a cabo mujeres.
En la gran mayoría de los casos en que las mujeres han llegado a ocupar esos cargos, no se vislumbran evidencias de particularidades de género; cuando llegan “al poder” es porque aceptaron desempeñarlo de un modo determinado. Es decir, estos cargos tienen una lógica intrínseca que condiciona fuertemente su desempeño: un hombre o una mujer lo hacen básicamente del mismo modo. Quienes notan la diferencia de género son los recalcitrantes guardianes del dominio patriarcal que de cualquier modo preferirían a los hombres en los cargos de poder y proceden constantemente con referencias “machistas” cuando se refieren a ellas.
Es importe recordar, no obstante, que existe otra conexión entre “mujeres y poder”, que reenvía a otro sentido del término “poder” que no refiere, como el anterior, a un lugar o “cosa” con esta cualidad –“tal persona en el poder o con el poder”–, sino a un atributo inherente a toda relación social. En esta acepción, el poder es un atributo relacional que puede modificar, precisamente, las asimetrías sociales. Las mujeres tienen una larga y difícil tradición para lograr estas nivelaciones en los ámbitos domésticos y, toda vez que pudieron, demostraron esta capacidad en los espacios públicos enfrentándose a todo tipo de poder.
En los últimos tiempos este “poder de las mujeres”, pincelando el espacio público, es de muy fácil constatación tanto en los ámbitos rurales como en los urbanos y en los de las ciudades intermedias. Los denominados movimientos “socioterritoriales” de toda la América latina (o Abya Yala) son los que mejor conocemos y a ellos me referiré aunque, debo aclarar, ocurre no sólo allí. En estos movimientos, el territorio se ha convertido en la clave de la disputa con el poder económico y político. La tierra campesina amenazada, los territorios de las comunidades indígenas o los poblados cordilleranos de todo el continente bajo las garras del capital transnacional minero son disputados por movimientos sociales y las corporaciones económicas. La característica de estas disputas reside en que el movimiento asume la forma de defensa o generación de formas de vida (“política de vida”) que difieren radicalmente de las que ofrecen el capitalismo neoliberal del agronegocio, de las corporaciones mineras, forestales, petroleras y también de las que transmiten los grandes medios de comunicación. A estas situaciones construidas en estos márgenes las denominamos con Boaventura de Sousa Santos “campos de experimentación” y en todos ellos, de norte a sur de América latina, las mujeres juegan significativos lugares y papeles.
En efecto, las mujeres se destacan en estos movimientos y el fenómeno es de fácil comprensión, porque se trata básicamente de generar “otra vida”, de producir “otras subjetividades”; en fin, de generar “convivencialidades” (otras relaciones entre los sujetos, con la naturaleza y con la técnica). Las mujeres, desenvolviendo sus poderes como aquella Pandora desplegaba la esperanza de su caja, demuestran las posibilidades de otras formas de organizar la vida cuestionando estos insoportables e inhumanos mundos del neoliberalismo.
Estas mujeres son tenaces, firmes en sus creencias y desorientan a los miembros de los órdenes del poder. Es muy difícil que una corporación económica con todo su aparato transnacional pueda convencerlas de que abandonen sus propósitos. Aun cuando las empresas buscan la complicidad de las ciencias sociales o comunicacionales complacientes o de las ciencias de la educación (los famosos convenios universitarios) para “convencerlas” de “sus bondades”, las mujeres tienen una decisión tomada y no ceden. Aunque circule dinero en el intento de convencerlas, ellas no ceden. En muchos países, han dejado sus vidas; en México sufren cárceles, vejaciones, exilio, pero ellas no ceden. Hace pocos días en la provincia de La Rioja las golpearon, las hospitalizaron, las encarcelaron (hasta con una niñita de cuatro años), pero ellas no ceden. Entonces, la gente del poder comienza a denominarlas “locas” o “perturbadas”; son las “mujeres perturbadas” de Nuestra América, son las que tenazmente rechazan la “imperturbable” lógica del capitalismo neoliberal y luchan por la construcción de otra vida, de un “mundo otro”.
Por eso, en estas fechas, cuando internacionalmente se rememora la epopeya de las mujeres luchadoras, evocamos y homenajeamos a estas queridas “mujeres perturbadas” de nuestro país y de toda la América latina (Abya Yala). Pero también apelemos a las “mujeres del poder” para que suelten sus amarras institucionales y generen políticas de Estado que acompañen a estas luchadoras que honran la vida y, básicamente, la jerarquizan por sobre la ganancia económica.

Por Norma Giarracca, socióloga, investigadora de la UBA, coordinadora del Ger-Gemsal, Publicado en Página 12, el 4 de marzo de 2009

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Brigitte nous propose sa traduction :



TEST JUIN 2009 -Traduction journalistique

Les femmes de pouvoir et le pouvoir des femmes

La participation des femmes dans la vie publique et dans la politique institutionnelle est une tradition fortement ancrée en Argentine. Ce n’est pas pour rien que les femmes ont acquis très tôt – par la lutte de beaucoup d’entre elles et par la décision politique d’une seule, Evita Perón – leur participation au suffrage politique.
Si nous regardons attentivement autour de nous, depuis le Président du Gouvernement de la Nation, des charges à la Cour Suprême de Justice, des leaderships de l’opposition, y compris un nombre important de postes d’élus, ainsi que de portefeuilles de ministres, de secrétariats d’état et de sous-secrétariats, sont occupés par des femmes. C’est pourquoi la première question est de savoir s’il est possible de faire une distinction entre l’occupation de ces postes quand ce sont des femmes qui les ont en charge.
Dans la plupart des cas où les femmes sont parvenues à occuper ces postes, on ne distingue aucune évidence inhérente au genre/sexe ; lorsque les femmes accèdent au « pouvoir » c’est parce qu’elles ont accepté de façon déterminée d’assumer ce poste. C’est-à-dire que ces charges ont une logique intrinsèque qui conditionne hautement leur exercice : un homme ou une femme le font, à la base, de la même manière. Ceux qui soulignent la différence de genre sont les gardiens récalcitrants d’une domination patriarcale qui de toute façon préfèreraient des hommes aux postes-clefs et qui agissent constamment selon des références « machistes » quand ils parlent d’elles.
Il est important de rappeler, cependant, qu’il existe une autre « connexion » entre « Femmes et pouvoir », qui renvoie à un autre sens du terme « pouvoir » qui ne fait pas référence, comme le précédent, à un lieu ou une « chose » de cette qualité – « telle personne au pouvoir ou avec le pouvoir »-, mais à un attribut inhérent à toute relation sociale. Dans cette acception du terme, le pouvoir est un attribut relationnel qui peut modifier, précisément, les asymétries sociales. Les femmes ont une longue et difficile tradition dans la recherche de cet équilibre dans le domaine familial et, chaque fois qu’elles l’ont pu, elles ont démontré leur compétence dans les domaines publics en se confrontant à tout type de pouvoir.
Ces derniers temps, ce « pouvoir des femmes » redessinant le paysage politique, est très facile à constater, aussi bien dans le milieu rural qu’urbain et dans les villes intermédiaires. Les mouvements dits « socio-territoriaux » de tout l’Amérique latine (ou Abya Yala) représentent ce que nous connaissons de mieux en la matière et c’est à eux que je ferai référence même si, je dois le préciser, cela ne se produit pas seulement ici. Dans ces mouvements, le territoire est devenu la clef du conflit avec le pouvoir économique et politique. La terre des paysans menacée, les territoires des communautés indigènes ou les villages andins de tout le continent entre les griffes du capital transnational minier sont disputés par des mouvements sociaux et les corporations économiques. Ce qui caractérise ces discussions c’est que le mouvement revendique la défense ou la génération d’une forme de vie (« politique de vie ») qui diffèrent radicalement de celles qu’offrent le capitalisme néolibéral du commerce agro alimentaire, des corporations minières, forestières, pétrolières et aussi de celles que véhiculent les medias les plus puissants. Ces situations ainsi élaborées, nous les appelons, avec Booaventura de Sousa Santos, « champs d’expérimentation » et partout, du nord au sud de l’Amérique latine, les femmes ont des postes et des rôles significatifs.
En effet, les femmes se distinguent dans ces mouvements et ce phénomène est aisé à comprendre puisqu’ il s’agit, à la base, de générer « une autre vie », de produire « d’autres individualités » ; enfin, de générer « de nouveaux modes de coexistence » (d’autres relations entre les individus, avec la nature et la technique). Les femmes, en développant leurs pouvoirs comme Pandore faisait surgir l’espoir de sa boîte, démontrent les possibilités d’autres modèles de vie en remettant en cause les mondes insupportables et inhumains du nouveau libéralisme.
Ces femmes sont tenaces, elles ont foi en leurs convictions et déconcertent les membres des ordres au pouvoir. Il est très difficile pour une corporation économique avec tout son appareil transnational de les convaincre d’abandonner leurs objectifs. Même lorsque les entreprises recherchent la complicité des sciences sociales ou de la communication complaisantes ou des sciences de l’éducation (les célèbres conventions universitaires) pour « les convaincre » de leurs « bontés », les femmes ont pris une décision (ferme et définitive) et ne cèdent pas. Même si de l’argent circule pour tenter de les convaincre, elles ne cèdent pas. Dans de nombreux pays, elles y ont perdu la vie ; au Mexique, elles subissent la prison, des vexations, l’exil, mais elles ne cèdent pas. Il y a quelques jours, dans la province de La Rioja, elles ont été frappées, hospitalisées, emprisonnées (même avec une fillette de quatre ans), mais elles ne cèdent pas. Alors, les gens au pouvoir commencent à les appeler « folles » ou « détraquées » ; elles sont les « folles » de Notre Amérique, celles qui rejettent avec acharnement l’ « inébranlable» logique du capitalisme néolibéral et qui luttent pour construire une vie différente, un « monde autre ».
C’est pourquoi, aujourd’hui, lorsque nous nous rappelons, au niveau international, cette épopée des femmes en lutte, nous évoquons ces chères « folles » de notre pays et de toute l’Amérique latine (Abya Yala) et nous leur rendons hommage. Mais aussi nous en appelons aux « femmes du pouvoir » afin qu’elles se libèrent de leurs entraves institutionnelles et qu’elles génèrent des politiques d’Etat/gouvernementales qui accompagnent ces femmes en lutte, qui mettent la vie à l’honneur et qui, à la base, la hiérarchisent et la placent au-dessus du profit économique.

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