vendredi 27 novembre 2009

Votre version de la semaine, Valle Inclán

En photo : Valle Inclán, par Alexander Potiomkin

Una mulata entrecana, descalza, temblona de pechos, aportó con el refresco de limonada y chocolate, dilecto de frailes y corregidores, cuando el virreinato. Con tintín de plata y cristales en las manos prietas, miró la mucama al patroncito, dudosa, interrogante. Niño Santos, con una mueca de la calavera, le indicó la mesilla de campamento que, en el vano de un arco, abría sus compases de araña. La mulata obedeció haldeando. Sumisa, húmeda, lúbrica, se encogía y deslizaba. Mojó los labios en la limonada Niño Santos:
—Consecutivamente, desde hace cincuenta años, tomo este refresco, y me prueba muy medicinal... Se lo recomiendo, Don Celes.
Don Celes infló la botarga:
—¡Cabal, es mi propio refresco! Tenemos los gustos parejos, y me siento orgulloso. ¡Cómo no!
Tirano Banderas, con gesto huraño, esquivó el humo de la adulación, las volutas enfáticas. Manchados de verde los cantos de la boca, se encogía en su gesto soturno:
—Amigo Don Celes, las revoluciones, para acabarlas de raíz, precisan balas de plata.
Reforzó campanudo el gachupín:
—¡Balas que no llevan pólvora ni hacen estruendo!
—La momia acogió con una mueca enigmática:
—Ésas, amigo, que van calladas, son las mejores. En toda revolución hay siempre dos momentos críticos: El de las ejecuciones fulminantes, y el segundo momento, cuando convienen las balas de plata. Amigo Don Celes, recién esas balas, nos ganarían las mejores batallas. Ahora la política es atraerse a los revolucionarios. Yo hago honor a mis enemigos, y no se me oculta que cuentan con muchos elementos simpatizantes en las vecinas Repúblicas. Entre los revolucionarios, hay científicos que pueden con sus luces laborar en provecho de la Patria. La inteligencia merece respeto. ¿No le parece, Don Celes?
Don Celes asentía con el grasiento arrebol de una sonrisa:
—Es un todo de acuerdo. ¡Cómo no!
—Pues para esos científicos quiero yo las balas de plata: Hay entre ellos muy buenas cabezas que lucirían en cotejo con las eminencias del Extranjero. En Europa, esos hombres pueden hacer estudios que aquí nos orienten. Su puesto está en la Diplomacia... En los Congresos Científicos... En las Comisiones que se crean para el Extranjero.
Ponderó el ricacho:
—¡Eso es hacer política sabia!
Y susurró confidencial Generalito Banderas:
—Don Celes, para esa política preciso un gordo amunicionamiento de plata. ¿Qué dice el amigo? Séame leal, y que no salga de los dos ninguna cosa de lo hablado. Le tomo por consejero, reconociendo lo mucho que vale.
Don Celes soplábase los bigotes escarchados de brillantina y aspiraba, deleite de sibarita, las auras barberiles que derramaba en su ámbito. Resplandecía, como búdico vientre, el cebollón de su calva, y esfumaba su pensamiento un sueño de orientales mirajes: La contrata de vituallas para el Ejército Libertador. Cortó el encanto Tirano Banderas:
—Mucho lo medita, y hace bien, que el asunto tiene coda la importancia.
Declamó el gachupín, con la mano sobre la botarga:
—Mi fortuna, muy escasa siempre, y estos tiempos harto quebrantada, en su corta medida está al servicio del Gobierno. Pobre es mi ayuda, pero ella representa el fruto del trabajo honrado en esta tierra generosa, a la cual amo como a una patria de elección.
Generalito Banderas interrumpió con el ademán impaciente de apartarse un tábano:
—¿La Colonia Española no cubriría un empréstito?
—La Colonia ha sufrido mucho estos tiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta sus vinculaciones con la República...
El Generalito plegó la boca, reconcentrado en un pensamiento:
—¿La Colonia Española comprende hasta dónde peligran sus intereses con el ideario de la Revolución? Si lo comprende, trabájela usted en el sentido indicado. El Gobierno sólo cuenta con ella para el triunfo del orden: El país está anarquizado por las malas propagandas.
Inflóse Don Celes:
—El indio dueño de la tierra es una utopía de universitarios.
—Conformes. Por eso le decía que a los científicos hay que darles puestos fuera del país, adonde su talento no sea perjudicial para la República. Don Celestino, es indispensable un amunicionamiento de plata, y usted queda comisionado para todo lo referente. Véase con el Secretario de Finanzas. No lo dilate. El Licenciadito tiene estudiado el asunto y le pondrá al corriente: Discutan las garantías y resuelvan violento, pues es de la mayor urgencia balear con plata a los revolucionarios. ¡El extranjero acoge las calumnias que propalan las Agencias! Hemos protestado por la vía diplomática para que sea coaccionada la campaña de difamación, pero no basta. Amigo Don Celes, a su bien tajada péñola le corresponde redactar un documento que, con las firmas de los españoles preeminentes, sirva para ilustrar al Gobierno de la Madre Patria. La Colonia debe señalar una orientación, hacerles saber a los estadistas distraídos que el ideario revolucionario es el peligro amarillo en América. La Revolución representa la ruina de los estancieros españoles. Que lo sepan allá, que se capaciten. ¡Es muy grave el momento, Don Celestino! Por rumores que me llegaron, tengo noticia de cierta actuación que proyecta el Cuerpo Diplomático. Los rumores son de una protesta por las ejecuciones de Zamalpoa. ¿Sabe usted si esa protesta piensa suscribirla el Ministro de España?
Al rico gachupín se le enrojeció la calva:
—¡Sería una bofetada a la Colonia!
—¿Y el Ministro de España, considera usted que sea sujeto para esas bofetadas?
—Es hombre apático... Hace lo que le cuesta menos trabajo. Hombre poco claro.
—¿No hace negocios?
—Hace deudas, que no paga. ¿Quiere usted mayor negocio? Mira como un destierro su radicación en la República.
—Qué se teme usted ¿una pendejada?
—Me la temo.
—Pues hay que evitarla.
El gachupín simuló una inspiración repentina, con palmada en la frente panzona:
—La Colonia puede actuar sobre el Ministro.
Dos Santos rasgó con una sonrisa su verde máscara indiana:
—Eso se llama meter el tejo por la boca de la ranita. Conviene actuar violento. Los españoles aquí radicados tienen intereses contrarios a las utopías de la Diplomacia. Todas esas lucubraciones del protocolo suponen un desconocimiento de las realidades americanas. La Humanidad, para la política de estos países, es una entelequia con tres cabezas: El criollo, el indio y el negro. Tres Humanidades. Otra política para estos climas es pura macana.
El gachupín, barroco y pomposo, le tendió la mano:
—¡Mi admiración crece escuchándole!
—No se dilate, Don Celes. Quiere decirse que se remite para mañana la invitación que le hice. ¿A usted no le complace el juego de la ranita? Es mi medicina para esparcir el ánimo, mi juego desde chamaco, y lo practico todas las tardes. Muy saludable, no arruina como otros juegos.
El ricacho se arrebolada:
—¡Asombroso cómo somos de gustos parejos!
—Don Celes, hasta lueguito.
Interrogó el gachupín:
—¿Lueguito será mañana?
Movió la cabeza Don Santos:
—Si antes puede ser, antes. Yo no duermo.
Encomió Don Celes:
—¡Profesor de energía, como dicen en nuestro Diario!
El Tirano le despidió, ceremonioso, desbaratada la voz en una cucaña de gallos.

Valle-Inclán, Tirano Banderas

***

Laëtitia Sw nous propose sa traduction :

Une mulâtresse aux cheveux grisonnants, pieds nus, la poitrine tremblotante, apporta les rafraîchissements de limonade et de chocolat, boissons de prédilection des moines et des corregidores (1) au temps de la vice-royauté. Dans un tintement d’argenterie et de cristal, les mains crispées, la bonne regarda son patron, l’air hésitant, interrogateur. Niño Santos, le visage squelettique, lui indiqua en grimaçant la petite table de camp qui, dans l’embrasure d’une arcade, déployait ses pattes d’araignée. La mulâtresse obéit dans un froissement de jupe. Soumise, humide, lubrique, elle était repliée sur elle-même et fuyante. Niño Santos trempa ses lèvres dans sa limonade :
— Régulièrement, depuis cinquante ans, je prends ce rafraîchissement ; c’est un remède qui me réussit très bien... Je vous le recommande, Don Celes.
Don Celes gonfla sa panse :
—Et comment ! C’est mon rafraîchissement préféré ! Nous avons les mêmes goûts. Vous m’en voyez fort honoré !
Tirano Banderas, d’un air agressif, esquiva les fumées flatteuses, les volutes emphatiques. Le bord des lèvres taché de vert, il se recroquevillait, la mine renfrognée :
— Don Celes, mon ami, pour extirper les révolutions à la racine, il faut des balles d’argent.
Le gachupín (2) ajouta, grandiloquent :
— Des balles qui n’occasionnent ni poussière ni fracas !
La momie accueillit ces propos avec une moue énigmatique :
— Celles, cher ami, qui avancent en silence, sont les meilleures. Dans toute révolution, il y a toujours deux moments critiques : celui des exécutions fulminantes, puis dans un second temps, celui où interviennent les balles d’argent. Don Celes, mon ami, seules ces balles nous permettraient de gagner les meilleures batailles. Aujourd’hui, la politique consiste à attirer les révolutionnaires. Moi, je fais honneur à mes ennemis, et je ne suis pas sans savoir qu’ils comptent de nombreux sympathisants dans les Républiques voisines. Or, parmi ces révolutionnaires, il y a des scientifiques susceptibles d’œuvrer, grâce à leurs lumières, au profit de la Patrie. L’intelligence mérite le respect. Vous ne trouvez pas, Don Celes ?
Don Celes, le visage rougeaud et gras, acquiesçait en souriant :
— Si, pour sûr !
— Eh bien, moi, je veux réserver à ces scientifiques les balles d’argent : il y a parmi eux de très fortes têtes qui pourraient rivaliser avec les élites étrangères. En Europe, ces hommes peuvent faire des études à même de nous orienter ici. Leur place se trouve dans la Diplomatie... Dans les Congrès Scientifiques... Dans les Commissions créées pour l’Étranger.
Le richard renchérit :
— C’est ça faire de la politique éclairée !
Le Général Banderas murmura sur un ton confidentiel :
— Don Celes, pour mener à bien cette politique, j’ai besoin d’un gros approvisionnement en munitions d’argent. Qu’en dites-vous, cher ami ? Soyez loyal envers moi, et que tout ce que nous avons dit reste entre nous. Je vous prends pour conseiller, car je reconnais votre grande valeur.
Don Celes soufflait sur ses moustaches glacées par la brillantine et humait - plaisir de sybarite - les effluves de barbier qu’il répandait autour de lui. Son crâne chauve, qui ressemblait à un gros oignon, luisait comme un ventre de bouddha, et son esprit s’évadait dans un rêve de mirages orientaux : l’acquisition de vivres pour l’Armée Libératrice. Tirano Banderas rompit le charme :
— Prenez le temps de la réflexion, et agissez comme il se doit : c’est un sujet de la plus haute importance.
Le gachupín déclama, la main sur la panse :
— Ma fortune, bien que fort maigre et, par les temps qui courent, particulièrement à mal, est, dans la mesure de mes humbles moyens, au service du Gouvernement. Certes, mon aide est pauvre, mais elle est le fruit de mon honnête travail sur cette terre généreuse que j’aime comme ma patrie d’élection.
Le Général Banderas l’interrompit du geste impatient de celui qui chasse un taon :
— La Colonie Espagnole ne contracterait-elle pas un emprunt ?
— La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Cependant, compte tenu de vos liens avec la République...
Le Général pinça la bouche, absorbé dans ses pensées :
— La Colonie Espagnole mesure-t-elle combien ses intérêts sont menacés par l’idéal de la Révolution ? Si tel est le cas, caressez-la dans le sens du poil. Le Gouvernement ne compte plus que sur elle pour faire triompher l’ordre : les mauvaises propagandes acculent le pays à l’anarchie.
Don Celes se rengorgea :
— L’indien, propriétaire de sa terre, c’est une utopie d’universitaires.
— Tout à fait. C’est pourquoi je vous disais qu’il faut confier aux scientifiques des postes en dehors du pays, là où leur talent ne portera pas préjudice à la République. Don Celestino, il est indispensable de s’approvisionner en munitions d’argent : c’est vous que je mandate pour régler cette affaire. Voyez cela avec le Secrétaire aux Finances. Ne tardez pas. Le Licenciado a étudié la question, il vous mettra au courant. Discutez les garanties et employez les grands moyens, car il faut de toute urgence tirer sur les révolutionnaires avec des balles d’argent. L’Étranger est sensible aux calomnies que propagent les Agences ! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour contrecarrer la campagne de diffamation, mais ce n’est pas suffisant. Don Celes, mon ami, il incombe à votre plume bien affûtée de rédiger un document qui, une fois signé par les espagnols prééminents, servira d’illustration au Gouvernement de notre Mère Patrie. La Colonie doit montrer une orientation, faire savoir aux hommes d’État distraits que l’idéal révolutionnaire est le péril jaune en Amérique. La Révolution signe la perte des fermiers espagnols. Qu’on le sache là-bas, qu’on se le dise ! L’heure est très grave, Don Celestino ! J’ai appris, par certaines rumeurs, que le Corps Diplomatique projette une action. J’ai eu vent d’une protestation contre les exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si cette protestation sera approuvée par le Premier Ministre espagnol ?
Le crâne chauve du riche gachupín s’empourpra :
— Ce serait un affront pour la Colonie !
— Considérez-vous que le Premier Ministre espagnol soit enclin à de tels affronts ?
— C’est un homme apathique... Il fait ce qui lui coûte le moins de travail. C’est un homme trouble.
— Il n’est pas dans les affaires ?
— Il contracte des dettes qu’il ne paie pas. Vous voulez un meilleur exemple en matière d’affaires ? Il voit comme un exil son rattachement à la République.
— Que craignez vous au juste, une mauvais coup de sa part ?
— Effectivement.
— Eh bien, vous devez l’éviter.
Le gachupín simula une inspiration soudaine, en se frappant le front qu’il avait bombé :
— La Colonie peut faire pression sur le Ministre.
Dos Santos fendit d’un sourire son masque vert d’indien :
— C’est ce qui s’appelle mettre le palet dans la bouche de la grenouille. Il faut agir violemment. Les Espagnols qui sont établis ici ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, pour la politique de ces pays, est une entéléchie à trois têtes : le créole (3), l’indien et le noir. Trois Humanités. Une autre politique sous ces climats n’est que pure sottise.
Le gachupín, baroque et pompeux, lui tendit la main :
— Mon admiration grandit à mesure que je vous écoute !
— Ne tardez pas, Don Celes. Ce qui signifie que je remets à demain l’invitation que je vous ai faite. Vous aimez, vous aussi, le jeu de la grenouille ? C’est mon secret pour me distraire, mon jeu favori depuis l’enfance, je le pratique tous les après-midi. Très salutaire, pas ruineux comme d’autres jeux.
Le richard rougissait :
— C’est incroyable à quel point nous avons les mêmes goûts !
— À très bientôt, Don Celes.
Le gachupín demanda :
— À très bientôt, vous voulez dire demain ?
Don Santos secoua la tête :
— Si c’est possible avant, alors avant. Moi, je ne dors pas.
Don Celes renchérit :
— Professeur d’énergie, comme on dit dans notre Journal !
Le Tyran prit congé de lui, cérémonieux, la voix brisée par une toux de coq.

Glossaire des hispanismes :
(1) Les corregidores étaient des représentants de la Couronne espagnole au niveau régional.
(2) On désignait par gachupínes les Espagnols au Mexique avant l’indépendance.
(3) Il faut entendre créole dans le sens d’Américain d’ascendance espagnole.

***

Amélie nous propose sa traduction :

Une mulâtresse à la chevelure grisonnante, aux pieds nus et aux seins tremblants, apporta les boissons, une limonade et un chocolat, dilection de moines et de corrégidors à l’époque de la vice-royauté. Dans un tintement d’argent et de verre entre ses mains brunes, la serveuse regarda le patron, hésitante, interrogative. Le petit Santos, avec une grimace de tête de mort, lui indiqua la petite table de campement qui, dans l’embrasure d’une arcade, déployait ses pattes d’araignée. La mulâtresse lui obéit promptement, dans le froufrou de ses jupes. Soumise, humide, lubrique, elle tressaillit et se faufila. Le petit Santos trempa ses lèvres dans la limonade :
— Je prends cette boisson régulièrement depuis cinquante ans, et elle s’est avéré être un bon remède… Je vous le recommande, don Celes.
Don Celes gonfla sa bedaine :
— Parfait, c’est ma boisson ! Nous avons les mêmes goûts, et j’en suis fier. Et comment !
D’un geste farouche, Tirano Banderas esquiva le nuage de flatterie, les volutes emphatiques. Les coins de la bouche tâchés de vert, il se renferma dans son attitude taciturne :
— Don Celes, mon ami, les révolutions, pour les tuer à la racine, il faut des balles en argent.
Le cachupin renchérit avec grandiloquence :
— Des balles qui n’ont pas de poudre et ne font pas de bruit !
La momie accueillit ses propos d’une moue énigmatique :
—Mon ami, celles qui sont silencieuses, ce sont celles-là les meilleures. Toute révolution comporte toujours deux moments critiques : le premier, celui des exécutions foudroyantes, et le second, celui où ce sont les balles en argent qui conviennent. Don Celes, mon ami, avec ces balles entre nos mains, nous gagnerions les plus grandes batailles. À présent, la politique est de se rapprocher des révolutionnaires. Personnellement, je fais honneur à mes ennemis, mais on ne me cache pas qu’ils comptent de nombreux éléments sympathisants dans les Républiques voisines. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui peuvent œuvrer en faveur de la Patrie grâce à leurs lumières. L’intelligence est digne de respect. Vous ne trouvez pas, don Celes ?
Don Celes acquiesça, un sourire rouge et huileux sur les lèvres :
— Je suis entièrement d’accord. Et comment !
— C’est donc pour ces scientifiques que je veux les balles en argent : on trouve parmi eux des têtes très bien faites, qui brilleraient comparé aux éminences de l’Etranger. En Europe, ces hommes-là peuvent faire les études qui nous intéresseraient ici. Leur place est à la Diplomatie…Dans les Congrès Scientifiques… Dans les Commissions créées pour l’Etranger.
Le richard ponctua :
— Cela revient à faire de la politique savante !
Et le petit général Banderas chuchota sur un ton confidentiel :
— Don Celes, pour ce genre de politique, j’ai besoin d’un gros approvisionnement de munitions en argent. Qu’en dites-vous, mon ami ? Soyez honnête, rien ne sortira d’ici. Je vous ai pris comme conseiller, conscient que vous valiez cher.
Don Celes soufflait sur ses moustaches givrées de brillantine et aspirait, plaisir de sybarite, les émanations de barbier qu’il répandait à ses côtés. Son bulbe dégarni resplendissait, tel un ventre bouddhique, et un rêve de mirages orientaux enfumait son esprit : la promesse de victuailles pour l’Armée Libératrice. Tirano Banderas rompit l’enchantement :
— Vous méditez beaucoup là-dessus, et vous faites bien, car le sujet est d’une grande importance.
Le cachupin déclama, la main sur sa bedaine :
— Ma fortune, toujours bien maigre, et assez entamée ces temps-ci, est au service du Gouvernement dans sa moindre mesure. Bien pauvre est mon aide, néanmoins, elle représente le fruit du travail honnête sur cette terre généreuse, que je chéris comme une patrie de cœur.
Le petit général Banderas l’interrompit d’un geste impatient, comme pour éloigner un taon :
— La Colonie Espagnole n’accorderait-elle pas un emprunt ?
— La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Cependant, étant donné ses liens avec la République…
Le petit général pinça la bouche, concentré sur une pensée :
— La Colonie Espagnole comprend-elle bien à quel point ses intérêts sont mis en danger par l’idéologie de la Révolution ? Si elle le comprend, travaillez-là dans le bon sens. Le Gouvernement ne compte sur elle que pour faire triompher l’ordre : le pays est investi d’anarchisme par les mauvaises propagandes.
Don Celes s’agaça :
— L’indien propriétaire de la terre est une utopie d’universitaires.
— Exact. C’est pour cela que je vous disais qu’il fallait donner aux scientifiques des postes hors du pays, là où leur talent ne sera pas préjudiciable à la République. Don Celestino, un approvisionnement de munitions en argent est indispensable, et vous êtes mandaté pour tout ce qui s’y réfère. Voyez donc avec le Secrétaire des Finances. Ne le faites pas attendre. Le connaisseur a bien étudié le sujet et vous tiendra au courant : discutez les garanties et résolvez vite le problème, car il est très urgent de cribler d’argent les révolutionnaires. L’étranger reçoit les calomnies que les Agences divulguent ! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour que la campagne de diffamation soit réprimée, sauf que cela n’a pas suffi. Don Celes, mon ami, il incombe à votre plume assassine de rédiger un document qui, accompagné de la signature des espagnols prééminents, servira pour représenter le gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit indiquer une orientation, faire savoir aux hommes d’Etat distraits que l’idéologie révolutionnaire est le péril jaune de l’Amérique. La Révolution signifie la ruine des éleveurs espagnols. Il faut qu’ils le sachent là-bas, qu’ils s’y préparent. L’heure est vraiment grave, don Celestino ! Par le biais de rumeurs qui me sont parvenues, j’ai entendu parler de certains agissements prévus par le Corps Diplomatique. Les rumeurs proviennent d’une protestation contre les exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si le Ministre d’Espagne pense approuver cette protestation ?
Le crâne dégarni du riche cachupin s’empourpra :
— Ce serait porter une gifle à la Colonie !
— Et le Ministre de l’Espagne, le considérez-vous capable de ce genre de gifles ?
— C’est un homme apathique… Il fait ce qui lui demande le moins de travail. Un homme peu clair.
— Il ne fait pas d’affaires?
— Il se constitue des dettes, et ne les paie pas. Vous voulez une affaire plus importante ? Il considère son enracinement dans la République comme un exil.
— Que craignez-vous, qu’il fasse une connerie ?
— Je le crains.
— Eh bien, il faut l’éviter.
Le cachupin simula une inspiration soudaine, en frappant son front ventripotent :
— La Colonie peut influencer le Ministre.
D’un rictus, don Santos fendit son masque vert d’indien :
— En plein dans le mille. Il convient d’agir vite. Les intérêts des Espagnols résidant ici sont contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. Pour la politique de ces pays, l’Humanité est une entéléchie à trois têtes : le créole, l’indien et le noir. Trois Humanités. Sous ces latitudes, une autre politique n’est que pure plaisanterie.
Baroque et pompeux, le cachupin lui tendit la main :
— Mon admiration s’accroît à mesure que je vous écoute !
— Ne vous attardez pas, don Celes. Je veux dire par là que je remets à demain l’invitation que je vous ai faite. Le jeu des palets ne vous plaît pas ? C’est mon remède pour me divertir l’esprit, mon jeu depuis que je suis enfant, et j’y joue tous les soirs. C’est très sain, il ne vous ruine pas comme d’autres jeux.
Le richard rougit :
— C’est fou comme nous avons les mêmes goûts !
— Don Celes, à très bientôt.
Le cachupin demanda :
— Très bientôt, c’est demain ?
Don Santos hocha la tête :
— Si ça peut être avant, alors avant. Moi, je ne dors pas.
Don Celes le flatta :
— Professeur d’énergie, comme on dit dans notre Diario !
Tirano, cérémonieux, le salua, sa voix se brisant en une espèce de cri de coq.

***

Auréba nous propose sa traduction :

Une mulâtresse aux cheveux gris, pieds nus, aux seins tremblants, débarqua avec la limonade et du chocolat, très apprécié de moines et corrégidors, à l’époque de la vice-royauté. L’argenterie et le cristal tintant dans ses mains fermes, la domestique regarda le petit patron, hésitante, interrogatrice. Niño Santos, avec une grimace de tête de mort, lui indiqua la petite table de camp qui, dans l’embrasure d’un arc, ouvrait ses mesures d’araignée. La mulâtresse obéit en pressant le pas. Soumise, moite, lubrique, elle se dégonflait et glissait. Niño Santos trempa ses lèvres dans la limonade:
-De façon consécutive, depuis cinquante ans, je prends cette boisson, et ça me réussit, je suis en pleine forme…Je vous le recommande, Don Celes.
Don Celes se gonfla d’orgueil :
-Justement, c’est la même boisson que je prends! Nous avons les mêmes goûts, et comment pourrais-je ne pas m’en sentir fier?!
Tyran Banderas, prenant un air bourru, esquiva la fumée d’adulation, les volutes emphatiques. Les extrémités de ses lèvres tâchées de vert, il se démonta dans son geste taciturne :
-Ami Don Celes, les révolutions, pour en finir une bonne fois pour toutes, il faut des balles en argent.
L’Espagnol rajouta sur un ton emphatique :
-Des balles dans lesquelles il n’y a pas de poudre et qui ne font pas de tumulte.
La momie accueillit ses mots avec une grimace énigmatique:
-Celles là, qui ne font pas de bruit, ce sont les meilleures. Dans toute révolution il y a toujours deux moments critiques : Celui des exécutions fulminantes, et le second moment, quand il convient d’utiliser des balles en argent. Ami Don Celes, bientôt, avec ces balles, nous pourrons gagner les meilleures batailles. Maintenant, la politique, c’est d´attirer vers soi les révolutionnaires. Moi, je fais honneur à mes ennemis, et je n’ignore pas qu’ils comptent sur de nombreux sympathisants dans les Républiques voisines. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui peuvent avec leurs lumières travailler au profit de la Patrie. L’intelligence mérite du respect. Vous ne trouvez pas, Don Celes?
Don Celes acquiesçait avec le rose graisseux d’un sourire :
-Tout à fait d’accord! Bien sûr!
-Eh bien pour ces scientifiques là, moi, je veux les balles en argent : Il y a parmi eux de très bonnes têtes qui brilleraient en comparaison avec les éminences de l’Etranger. En Europe, ces hommes là peuvent faire des études. Ils sont faits pour la Diplomatie…Dans les Congrès Scientifiques…Dans les Commissions que l’on crée pour l’Etranger.
Le rupin pondéra :
-Ça, c’est faire de la politique savante!
Et Petit Général Banderas, sur un ton de confidence, susurra:
-Don Celes, pour cette politique là, j’ai besoin d’un gros approvisionnement en argent. Qu’en dit l’ami? Soyez loyal envers moi, et que tout ce dont nous avons parlé reste entre vous et moi. Je vous prends comme conseiller, en reconnaissant tout ce que vous valez.
Don Celes soufflait sur ses moustaches couvertes de brillantine et aspirait, plaisir de sybarite, les brises de barbiers qu’il répandait autour de lui. Comme un ventre bouddhique, son crâne chauve resplendissait et sa pensée estompait un rêve de mirages orientaux : L’adjudication de vivres pour l´Armée Libératrice. Tyran Banderas interrompit l’enchantement :
-Vous méditez beaucoup là-dessus, et vous faites bien, car cette affaire est de la plus haute importance.
-Ma fortune, toujours très rare, et trop ébranlée ces temps ci, dans sa faible mesure, est au service du Gouvernement. Mon aide est pauvre, mais elle représente le fruit du travail honnête sur cette terre généreuse, que j’aime comme une patrie d’élection.
Petit Général interrompit avec le même geste impatient que quelqu´un qui éloigne un taon.
-La Colonie Espagnole ne couvrirait pas un emprunt?
-La Colonie a beaucoup souffert, ces temps ci. Par contre, si l’on prend en compte ses relations avec la République…
Le Petit Général se pinça les lèvres, concentré dans sa pensée :
-La Colonie Espagnole comprend-elle jusqu’à quel point ses intérêts sont menacés avec l’idéologie de la Révolution? Si vous comprenez ceci, travaillez-la dans le sens indiqué. Le Gouvernement ne compte sur elle que pour le triomphe de l´ordre : Le pays est anarchisé par les mauvaises propagandes.
Don Celes se rengorgea :
-L’indien propriétaire de la terre, voilà une utopie d’universitaires.
-D’accord. C’est pour cela que je vous disais qu’aux scientifiques, il faut leur donner du travail en dehors du pays, là où leur talent n’est pas nuisible à la République. Don Celestino, un approvisionnement en argent est indispensable, et vous, vous êtes mandaté pour tout ce qui s’y rapporte. Allez voir le Secrétaire des Finances. Ne faites pas trainer cette affaire. Le Petit Licencié a bien étudié l’affaire et vous mettra au courant : discutez les garanties et réglez ça violemment, car il est de la plus haute urgence de tuer avec des balles en argent les révolutionnaires. L’étranger reçoit les calomnies que propagent les Agences! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour que la campagne de diffamation soit contrainte, mais ça ne suffit pas. Ami Don Celes, il correspond à votre plume bien taillée de rédiger un document qui, avec les signatures des espagnols prééminents, serve à instruire le Gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit marquer une orientation, faire savoir aux hommes d’État distraits que l’idéologie révolutionnaire, c’est le danger jaune en Amérique. La révolution représente la ruine des fermiers espagnols. Qu´ils le sachent, là bas, qu´ils se préparent. Ce que nous vivons est très grave, Don Celestino! Par des rumeurs qui sont arrivées jusqu’à moi, j’ai entendu parler d’une certaine procédure qu’envisage le Corps Diplomatique. Les rumeurs portent sur une protestation vis-à-vis des exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si le Ministre d’Espagne pense l’approuver, cette protestation?
Le crâne chauve du riche Espagnol s’empourpra:
-Ce serait un affront à la Colonie!
-Et le Ministre d’Espagne, considérez vous que ce soit un sujet pour de tels affront?
-C’est un homme apathique…Il fait ce qui lui est le moins difficile. Un homme pas très clair.
-Il ne fait pas des affaires?
-Il fait des dettes, qu’il ne paye pas. Voulez-vous de meilleures affaires? Il voit comme un bannissement sa radication à la République.
-Que craignez-vous? Une sottise?
-J’en ai bien peur.
Eh bien il faut l’éviter.
L’Espagnol simula une inspiration soudaine, en frappant son front charnu avec la paume de sa main.
-La Colonie peut agir sur le Ministre.
Dos Santos déchira avec un sourire son masque indien vert.
-Ça, ça s’appelle faire passer un lingot d’or par la bouche d’une petite grenouille. Il convient d’agir avec violence. Les espagnols se trouvant ici ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, pour la politique de ces pays, c’est une entéléchie à trois têtes. Le fils d’espagnols, l’indien et le noir. Trois Humanités. Une autre politique pour ces climats, mais quelle sottise!
L’Espagnol, baroque et pompeux, lui tendit la main :
-Mon admiration ne fait que croître en vous écoutant!
- Ne perdez pas de temps, Don Celes. Ceci signifie que l’on remet à demain l’invitation que je vous ai faite. Vous n’aimez pas le jeu de la petite grenouille? C´est mon médicament pour me distraire, mon jeu de garçon, et je le pratique tous les soirs. C’est très salutaire, ça ne ruine pas comme d’autres jeu.
Le rupin prit une teinte rouge.
-C’est étonnant, comme nous avons les mêmes goûts!
-Don Celes, à la prochaine!
L’espagnol interrogea :
-La prochaine, ce sera demain?
Dos Santos bougea la tête :
-Si ça peut être avant, que ce soit avant. Moi, je ne dors pas.
Don Celes lança des louanges :
-Professeur d’énergie, comme on dit dans notre Journal!
Le Tyran le congédia, cérémonieux, sa voix trahissant son sentiment de victoire sur l´autre.

***

Laëtitia So nous propose sa traduction :

Une métisse aux cheveux poivre et sel, pieds nus, les seins pendants, apporta avec les boissons de limonade et de chocolat, le pêcher mignon des frères et des corregidors, au temps de la vice-royauté. Avec la vaisselle en argent et en crystal tenue fermement entre ses mains et son cliquetis, la domestique regarda le petit patron, hésitante, interrogative. Niño Santos, avec une moue de tête de mort, lui montra la petite table de camping qui, dans le creux d’un arc, ouvrait ses pates d’araignée. La métisse obéit prestement. Soumise, humide, lubrique, elle se contractait et glissait. Niño Santos mouilla ses lèvres dans la limonade :
- Depuis cinquante ans sans interruption, je bois ce rafraîchissement, il a des vertus médicinales.... Je vous le recommande, Don Celes.
Don Celes bomba le torse :
-Très juste, c’est ma boisson préférée ! Nous avons des goûts semblables, j’en suis fier.
Tirano Banderas, d’un geste farouche, esquiva la fumée de l’adulation, les volutes emphatiques. Le bord des lèvres tâché de vert, son visage se contractait en un air lugubre :
-Mon ami Don Celes, pour en finir avec les révolutions dès la racine, il faut des balles en argent.
- Des balles qui n’ont pas de poudre et ne font pas de vacarme.
La momie accourut avec une mine énigmatique :
- Celles-là, mon ami, qui sont muettes, sont les meilleures. Dans toute révolution il y a toujours deux moments critiques : celui des exécutions foudroyantes, et le second moment, lorsque les balles en argent arrivent. Mon ami Don Celes, à peine arrivées, ses balles nous gagneraient les meilleures batailles. Maintenant la politique est d’attirer les révolutionnaires. Je fais honneur à mes ennemis, et je ne cache pas qu’ils disposent de bien des éléments sympathisants dans les Républiques alentours. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui peuvent avec leurs lumières travailler en faveur de notre Patrie. L’intelligence mérite le respect ; Vous ne trouvez pas, Don Celes ?
Don Celes approuvait avec la rougeur graisseuse d’un sourire :
- Je suis tout à fait d’accord. Evidemment !
- Eh bien pour ses scientifiques je veux les balles en argent : parmi eux il y a de très bonnes têtes qui brilleront avec les éminences de l’Etranger. En Europe, ces hommes peuvent faire des études qui nous guideront ici. Leur poste est dans la Diplomatie... Dans les Congrès Scientifiques... Dans les commissions qui se créent pour l’étranger.
Le rupin acquiesça :
- Ca c’est faire de la politique sage !
Et Generalito Banderas murmura sur le ton de la confidence :
- Don Celes, pour cette politique j’ai besoin de grosses munitions d’argent. Qu’en dit notre ami ? Soyez loyal envers moi, et que rien de ce qui a été dit ne sorte de nous deux. Je vous prends comme conseiller, je reconnais votre grande valeur.
Don Celes se lissait la moustache vernie de brillantine et il aspirait, délice de Sybarite, les émanations de sa barbe qu’il répandait dans son atmosphère. Sa tête d’œuf, luisait comme le ventre d’un buddha, et son esprit s’évaporait dans un rêve de mirages orientaux : le contrat de denrées pour l’Armée Libératrice. Tirano Banderas interrompit la rêverie :
-Beaucoup le méditent, et ils ont raison, l’affaire a son importance.
L’Espagnol déclama la main sur le torse :
-Ma fortune, qui a toujours été mince, et qui en ces temps se trouve constamment réduite, dans sa petite mesure je la mets au service du Gouvernement. Mon aide est maigre, mais elle représente le fruit du travail honnête sur cette terre généreuse, que j’aime comme une patrie d’adoption.
Generalito Banderas le coupa avec le geste impatient avec lequel on chasse un taon :
-La Colonie Espagnole ne couvrirait pas un emprunt ?
-La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Cependant, si l’on tient compte de ses relations avec la République...
Le Generalito tordit la bouche, concentré sur sa pensée :
-La Colonie Espagnole comprend-elle jusqu’où vos intérêts courent un danger avec l’idéologie de la Révolution ? Oui elle le comprend, vous devez travailler dans le sens indiqué. Le Gouvernement ne compte sur elle que pour le triomphe de l’ordre : le pays est anarchisé par les mauvaises propagandes.
Don Celes se rengorgea :
-L’indien propriétaire de la terre est une utopie d’universitaires.
-Bien sûr. C’est pourquoi je vous disais qu’il faut donner aux scientifiques des postes en dehors du pays, là où leur talent ne sera pas préjudiciable pour la République. Don Celestino, un ravitaillement en argent est indispensable, et vous êtes mandaté pour tout ce qui s’y rattache. Voyez cela avec le Secrétaire des Finances. Ne perdez pas de temps. Le Licenciadito a étudié la question et vous mettra au courant : discutez des garantis et résolvez le problème violement, car il est de la plus grande urgence de tirer sur les révolutionnaires avec des balles en argent. L’étranger croit les calomnies que les Agences divulguent ! Nous avons protesté contre la voie diplomatique pour que la campagne de diffamation soit contenue, mais cela ne suffit pas. Mon ami Don Celes, il convient à votre plume aiguisée de rédiger un document qui, avec la signature des espagnols prééminents, servira à illustrer le Gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit montrer une orientation, faire savoir aux hommes d’Etat distraits que l’idéologie révolutionnaire est le danger jaune en Amérique. La révolution représente la ruine des propriétaires terriens espagnols. Qu’ils le sachent là-bas, qu’ils se forment. Le moment est très grave, Don Celestino ! Grâce à des rumeurs qui sont arrivées à mes oreilles, j’ai appris que le Corps diplomatique prépare une certaine intervention. Les rumeurs parlent d’une protestation à propos des exécutions de Zamalpoa. Vous savez si le Ministre d’Espagne pense approuver cette protestation ?
Le crâne dégarni du riche Espagnol rougit :
-Se serait une gifle pour la Colonie !
-Et le Ministre d’Espagne, vous considérez qu’il saura se défendre contre ces gifles ?
-C’est un homme apathique... Il fait ce qui demande le moins de travail. C’est un homme pas très clair.
-Il ne fait pas d’affaires ?
-Il génère des dettes, qu’il ne paie pas. Vous voulez une plus grande affaire ? Il voit son installation dans la République comme un exil.
-Vous craignez un mauvais tour ?
-Je le crains.
-Eh bien il faut l’éviter.
L’Espagnol simula une inspiration lente, avec la main sur son front graisseux :
-La Colonie peut agir sur le Ministre.
Don Santos fendit son masque vert d’indien avec un sourire :
-C’est ce qui s’appelle mettre le palet dans la gueule de grenouille. Il faut agir violemment. Les Espagnols qui vivent ici ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, pour la politique de ces pays, est une entéléchie à trois têtes : le créole, l’indien et le noir. Trois Humanités. Une autre politique pour ces climats est une belle bourde. L’Espagnol, baroque et pompeux, lui tendit la main :
-Mon admiration grandit en vous écoutant !
-Ne perdez pas de temps, Don Celes. Cela implique que l’invitation que je vous ai faite pour demain est reportée. Vous n’aimez pas le jeu de la petite grenouille ? C’est mon remède pour me distraire l’esprit, mon jeu depuis tout gamin, et je le pratique tous les après-midis.
Le rupin s’empourpra :
-C’est surprenant comme nos goûts sont semblables !
-Don Celes, à plus.
L’Espagnol demanda :
-A plus, c’est demain ?
Don Santos remua la tête :
-Oui avant peut-être, avant. Je ne dors pas.
Don Celes le flatta :
-Professeur d’énergie, comme il est dit dans notre Journal !
Le Tyran lui dit au revoir, cérémonieux, de sa voix qui dérailla en un festival de couacs.

***

Coralie nous propose sa traduction :

Une mulâtresse grise, aux pieds nus, à la poitrine tremblante, arriva avec la collation favorite des frères et magistrats à l’époque du vice-royaume, citronnade et chocolat. Avec un tintement d’argent et de verres entre ses mains brunes, la domestique, dubitative et hésitante, regarda son maître. Niño Santos, d’une moue vicieuse, lui indiqua la petite table de camp qui, dans l’embrasure d’un arceau, ouvrait ses tentacules d’araignées. La mulâtresse obéit, promptement. Soumise, humide, lubrique, elle se redressait pour s’échapper. Niño Santos trempa ses lèvres dans la citronnade :
Je prends cette collation quotidiennement, depuis cinquante ans, et elle s’avère très bénéfique pour ma santé… Je vous la recommande, Don Celes.
Don Celes gonfla sa bedondaine :
Incroyable ! C’est aussi ma collation ! Nous avons les mêmes goûts, j’en suis fier. Comment ne pas l’être !
Banderas le Tyran, d’un geste farouche, esquiva la fumée de l’adulation, les volutes emphatiques. Le contour des lèvres tâché de vert, il se figeait, l’air taciturne :
— Don Celes, mon ami, pour éradiquer les révolutions, il faut des balles d’argent.
L’Espagnol ajouta, pompeux :
Des balles qui ne font ni trace ni bruit !
La momie acquiesça avec une moue énigmatique :
Celles-ci, mon ami, qui sont silencieuses, sont les meilleures. Dans toute révolution, il y a toujours deux moments critiques : celui des exécutions fulminantes, et le second moment, quand les balles d’argent sont nécessaires. Don Celes, mon ami, rien qu’avec ces balles, nous gagnerions les meilleures batailles. Maintenant, la politique est d’attirer les révolutionnaires. Moi, je fais honneur à mes ennemis, et j’ai conscience que les Républiques voisines comptent de nombreux éléments sympathisants. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui peuvent, grâce à leurs lumières, œuvrer au profit de la Patrie. L’intelligence mérite le respect. Vous ne trouvez pas, Don Celes ?
Don Celes acquiesça avec un sourire rouge et gras :
Tout à fait d’accord. Comment ne pas l’être !
Je veux donc des balles d’argent pour ces scientifiques-là : il y a parmi eux de très bonnes têtes qui feraient de l’effet lors de confrontations avec les éminences de l’Étranger.
Le richard pondéra :
Ça, c’est faire de la politique savante !
Et, Banderas le petit Général, secret, murmura :
Don Celes, pour cette politique-là, j’ai besoin d’un important amunitionnement d’argent. Qu’en dites-vous, l’ami ? Soyez loyal, et que rien de ce qui a été dit ne sorte d’ici. Je vous prends comme conseiller, conscient de vos nombreuses valeurs.
Don Celes souleva d’un souffle sa moustache glacée à la brillantine et aspira, délice de sybarite, les auras de barbes qu’il répandait autour de lui. Son crâne dégarni, en forme d’oignon, resplendissait, comme un ventre bouddhique, et sa pensée estompait un rêve digne des mirages orientaux : l’acquisition de victuailles pour l’Armée Libératrice. Banderas le Tyran rompit le charme :
Vous prenez le temps d’y réfléchir, et vous faites bien, parce que le sujet a son importance finale.
L’Espagnol clama, la main sur sa bedondaine :
Ma fortune, toujours très maigre, et d’autant plus affaiblie en ce moment, est, dans sa courte mesure, au service du Gouvernement. Mon aide est mince, mais elle représente le fruit du travail honnête sur cette terre généreuse, que j’aime comme la patrie que j’ai choisi.
Banderas le petit Général l’interrompit d’un geste impatient visant à chasser un taon :
La Colonie Espagnole n’accorderait-elle pas un emprunt ?
La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Cependant, vu vos liens avec la République…
Le petit Général tordit le nez, axé sur une pensée :
La Colonie Espagnole comprend-elle à quel point ses intérêts sont en danger avec l’idéologie de la Révolution ? Si elle le comprend, entraînez-la dans le sens indiqué. Le Gouvernement ne peut compter que sur elle pour faire triompher l’ordre : le pays est anarchisé à cause des mauvaises propagandes.
Don Celes sa gonfla :
L’Indien maître de sa terre est une utopie d’universitaires.
Nous sommes d’accord. C’est pour cela que je vous disais qu’il faut donner aux scientifiques des postes hors du pays, où leur talent ne serait pas préjudiciable pour la République. Don Celestino, un amunitionnement d’argent est indispensable, et vous êtes mandaté pour tout ce qui s’y réfère. Rencontrez le Secrétaire d’État aux Finances. Ne tardez pas. L’Intellectuel a déjà étudié le sujet et vous mettra au courant : ils discutent les garanties et se révèlent violents, il est donc des plus urgents de transpercer les révolutionnaires d’une balle d’argent. L’étranger accueille les calomnies que divulguent les Agences ! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour que la campagne de diffamation soit contrainte, mais ça ne suffit pas. Don Celes, mon ami, il en va de votre plume bien taillée de rédiger un papier qui, avec les signatures des espagnols prééminents, serve à illustrer le Gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit montrer une orientation, faire savoir aux hommes d’Etat distraits que l’idéologie révolutionnaire est le danger jaune en Amérique. La Révolution représente la ruine des propriétaires terriens espagnols. Il faut qu’ils le sachent et qu’ils s’y préparent. Le moment est très grave, Don Celestino ! Grâce aux rumeurs qui me sont parvenues, je suis au courant d’une intervention que projette le Corps Diplomatique. Les rumeurs parlent d’une protestation contre les exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si le Ministre d’Espagne pense approuver cette protestation ?
Le crâne dégarni du riche espagnol rougit :
Ce serait une sacrée gifle pour la Colonie !
Et le Ministre d’Espagne, pensez-vous qu’il serait exposé à de telles gifles ?
C’est un homme apathique… Il fait ce qui lui demande le moins de travail. Ce n’est pas un homme très clair.
Il ne fait pas d’affaires ?
Il fait des dettes, qu’il ne paie pas. Voulez-vous une affaire plus importante ? Il prend comme un exil son enracinement dans la République.
De quoi avez-vous peur ? D’une bévue ?
Oui, j’en ai peur.
Il faut donc l’éviter.
L’Espagnol simula une soudaine inspiration, d’une tape sur sa face ventripotente :
La Colonie peut agir sur le Ministre.
Dos Santos déchira d’un sourire son masque vert d’indien :
C’est ce qui s’appelle mettre le palet dans la bouche de la rainette. Il convient d’agir violemment. Ces Espagnols, qui résident ici, ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, pour la politique de ces pays, est une entéléchie à trois têtes : le créole, l’indien et le noir. Trois Humanités. Une autre politique pour ces climats ne serait que pure plaisanterie.
L’Espagnol, baroque et pompeux, lui tendit la main :
Mon admiration croît à mesure que je vous écoute !
Ne vous dispersez pas, Don Celes. Cela veux dire qu’on remet à demain mon invitation. Le jeu de la rainette ne vous plait pas ? C’est mon remède pour répandre le courage, mon jeu depuis tout petit, et je le pratique tous les après-midi. Très sain, il n’abime pas comme d’autres jeux.
Le richard s’enthousiasma :
C’est épatant comme nous avons les mêmes goûts !
À très bientôt, Don Celes.
L’Espagnol interrogea :
Très bientôt, c’est demain ?
Dos Santos tourna la tête :
— Si c’est possible avant, ce sera avant. Personnellement, je ne dors pas.
Don Celes, élogieux :
Professeur d’énergie, comme on dit dans chez nous !
Le Tiran le congédia, cérémonieux, une fois sa voix éclaircie par une ribambelle de crachats.

***

Sonita nous propose sa traduction :

Une métisse poivre et sel, pieds nus, les seins tombants, ramena le rafraîchissement de limonade et chocolat, aimé des moines et des corregidors, pendant la vice-royauté. Avec le tintement de l’argenterie et des verres dans les mains noires, la domestique regarda le petit patron, hésitante, interrogatrice. Niño Santos avec une grimace de la tête, lui indiqua la petite table de campement qui, dans l’embrasure de l’arc, ouvrait ses compas d’araignée. La métisse obéit avec empressement. Soumise, humide, lubrique, elle se faisait toute petite et glissait. Niño Santos mouilla les lèvres dans la limonade : —Consécutivement, depuis cinquante ans, je prends ce rafraîchissement, et il m’est d’avis qu’il est très bon pour la santé… Je vous le recommande, Don Celes. Don Celes gonfla la boutargue : — Justement, c’est aussi mon rafraîchissement! Nous avons les mêmes goûts et j’en suis fier. Comment ne pas l’être ?
Tirano Banderas, avec un geste farouche, esquiva la fumée de la flatterie, les volutes emphatiques. Les coins de la bouche tachés de vert, il se faisait tout petit dans son geste saturnien : — Don Celes, mon ami, les révolutions, pour en venir à bout dès la racine, ont besoin de balles d’argent. Renforça avec pompe le gachupíni.
—Des balles qui n’ont pas de poudre ni font de vacarme.
La momie accueillit cela avec une moue énigmatique :
— Celles-là, mon ami, celles qui vont sans faire de bruit, sont les meilleures. Dans toute révolution il y a toujours deux moments critiques : celui des exécutions fulminantes, et dans un deuxième temps, celui où il convient d’utiliser les balles d’argent. Don Celes, mon ami, actuellement ces balles gagneraient pour nous les meilleures batailles. Maintenant, la politique consiste à attirer les révolutionnaires. Je fais honneur à mes ennemis, et ce n’est pas un secret pour moi qu’ils comptent sur beaucoup d’éléments sympathisants dans les Républiques voisines. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui peuvent, avec leurs lumières, travailler au profit de la Patrie. L’intelligence mérite le respect. Vous ne croyez pas Don Celes ? Don Celes acquiesçait avec la rougeur graisseuse d’un sourire. — Complètement d’accord. Comment ne pas l’être ?
—Et bien, c’est pour ces scientifiques que je veux les balles d’argent : il y a parmi eux des têtes qui brilleraient en se confrontant avec les éminences de l’Étranger. En Europe, ces hommes peuvent faire des recherches qui nous guident ici. Leur poste est dans la Diplomatie… dans les Congrès Scientifiques… dans les Commissions que l’on crée pour l’Étranger.
Le richard vanta :
—Ça c’est faire de la politique sage !
Et le Petit Général Banderas murmura en ton de confidence :
—Don Celes, pour cette politique j’ai besoin d’un gros amunitionnement d’argent. Qu’en dites vous, mon ami ? Soyez fidèle, et que cela ne sorte pas d’ici ce dont avons parlé. Je vous prends comme conseiller reconnaissant ô combien vous êtes important pour moi.
Don Celes soufflait sur ses moustaches couvertes de brillantine et aspirait, les délices de la sybarite, les auras barbières qui se répandaient dans l’enceinte. Il resplendissait, comme un ventre bouddhiste, l’oignon doux de son crâne dégarni, et ses pensées estompaient un rêve de mirages orientaux : l’embauche de victuailles pour l’Armée Libératrice. Tirano Banderas mit fin à l’enchantement :
—Vous le méditez beaucoup, et vous avez raison, parce que ce n’est pas une mince affaire. Déclama le gachupín, avec la main sur la boutargue :
—Ma fortune, toujours très maigre, et en ces temps même assez débilitée, dans sa petite mesure est à disposition du Gouvernement. Mon aide est bien pauvre, mais elle représente le fruit de l’honnête travail sur cette terre généreuse, que j’aime comme une patrie que j’ai choisi.
Le Petit Général interrompit avec le geste impatient d’éloigner un taon :
—La Colonie Espagnole ne couvrirait pas un petit emprunt ?
—La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Cependant, tenant en compte ses liens avec la République…
Le Petit général fronça les lèvres, très concentré sur une pensée :
—La Colonie Espagnole comprend à quel point ses intérêts sont en danger avec l’idéologie de la Révolution ? Si elle le comprend, à vous de la travailler dans le bon sens. Le Gouvernement ne compte sur elle que pour le triomphe de l’ordre : le pays est anarchisé par les mauvaises propagandes.
Don Celes se gonfla :
—L’indien propriétaire de la terre est une utopie d’universitaires.
—Tout à fait d’accord. C’est pour cela que je disais qu’il faut donner aux scientifiques des postes en dehors du pays, où leur talent ne soit pas nuisible pour la République. Don Celestino, il nous faut un amunitionnement d’argent, et vous êtes chargé de mettre tout cela en œuvre. Voyez le Secrétaire des Finances. Ne vous y attardez pas. Le petit Licencié a étudié l’affaire et il vous mettra au courant : Discutez les garanties et réglez ça violemment, parce que c’est urgent de transpercer de balles d’argent les révolutionnaires. L’étranger accueille les calomnies que les Agences ont divulguées ! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour que la campagne de diffamation soit contenue, mais cela ne suffit pas. Don Celes, mon ami, c’est à votre plume bien aiguisée qu’il correspond de rédiger un document qui, avec les signatures des espagnols prééminents, serve à illustrer le Gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit indiquer un chemin, faire savoir à tous les hommes d’État distraits que l’idéologie révolutionnaire est le danger jaune en Amérique. La Révolution représente la ruine des propriétaires espagnols. Qu’ils le sachent là-bas, qu’ils se préparent. Le moment est très grave, Don Celestino ! Grâce à quelques rumeurs qui me sont parvenues, je suis au courant que le Corps Diplomatique projette un mouvement. Les rumeurs indiquent qu’ils feront une manifestation contre les exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si le Ministre d’Espagne à l’intention d’y souscrire ?
Le crâne dégarni du riche gachupín rougit :
—Ce serait une gifle à la Colonie !
—Et pensez-vous que le Ministre d’Espagne soit enclin à ces gifles ?
— C’est un homme apathique… Il choisit toujours la facilité. Ce n’est pas un homme à porter les pantalons, bien entendu.
—Il ne fait pas d’affaires ?
—Il contracte des dettes qu’il ne paie pas. Voulez-vous une meilleure affaire que celle-là ? Il voit son établissement dans la République comme un exil.
—De quoi avez-vous peur ? D’une connerie ?
—Je le crains, oui.
—Et bien, il faut l’éviter.
Le gachupín simula une inspiration soudaine, avec une tape sur son front ventru.
—La Colonie peut avoir une incidence sur le Ministre.
Dos Santos déchira d’un sourire son masque vert indien :
—On appelle cela mettre le palet dans la bouche de la grenouille. Il faut agir violemment. Les espagnols qui résident ici ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, à cause de la politique de ces pays est une entéléchie à trois têtes : le créole, l’indien et le noir. Trois Humanités. Une autre politique sous ces climats n’est rien d’autre qu’une blague.
Le gachupín, baroque et pompeux, lui tendit la main :
—Mon admiration grandit en vous écoutant !
—N’en dites pas plus Don Celes. Cela veut dire qu’on remet à demain l’invitation que je vous ai donnée. Et vous, le jeu de la grenouille ne vous plaît pas ? C’est mon remède pour me détendre, mon jeu depuis que j’étais petit, et je le pratique toutes les après-midis. Très sain, il ne ruine pas comme d’autres jeux.
Le richard s’enflamme :
—Incroyable, comment nous avons les mêmes goûts !
—À tout à l’heure Don Celes.
Le gachupín demanda :
—Tout à l’heure c’est demain ?
Don Santos bougea la tête :
—Si ça peut se faire avant, ce sera avant. Je ne dors pas.
Don Celes le flatta :
—Professeur d’énergie, comme on dit dans notre Journal !
Tirano lui dit au-revoir, cérémonieux, la voix bradée dans un mât de cocagne de coqs.

***

Émeline nous propose sa traduction :

Une mulâtresse à la chevelure poivre et sel, pieds nus, aux seins ballotant, apporta la limonade fraîche et le chocolat, péché mignon des moines et corregidors durant la vice-royauté. Des tintements argentés et cristallins entre ses mains, la bonne, douteuse, interrogea son maître du regard. Niño Santos, avec une grimace de tête de mort, lui indiqua la petite table de campement, qui, dans l’embrasure d’une arcade, déployait ses pattes d’araignée. La mulâtresse obéit, les jupes flottantes. Soumise, humide, lubrique, elle tressaillait et glissait sur le sol. Niño Santos trempa les lèvres dans la limonade.
—Régulièrement, depuis cinquante ans, je bois de ce rafraichissement ; il s’avère très thérapeutique… Je vous le recommande, Don Celes.
Don Celes gonfla son ventre bedonnant:
—Excellent, c’est ma propre boisson ! Nous avons les mêmes goûts, et j’en suis fort orgueilleux. Comment ne pas l’être !
Tirano Banderas, d’un geste vif, esquiva la fumée de la flatterie, les volutes emphatiques.
Les coins de la bouche tâchés de vert, il se recroquevilla dans son attitude morose :
—Don Celes, mon ami, les révolutions, pour les faire taire, rendent nécessaires des balles en argent.
Le cachupin renchérit, grandiloquent :
—Des balles sans poudre et qui ne font pas de bruit !
La momie accueillit ces propos avec une moue énigmatique :
—Celles-là, les amis, qui sont silencieuses, sont les meilleures. Dans toute révolution il y a deux moments critiques : celui des exécutions brutales, et le second, quand les balles en argent deviennent nécessaires. Don Celes, mon ami, une fois ces balles entre nos mains, nous gagnerons les plus grandes batailles. Maintenant, la politique est de se rapprocher des révolutionnaires. Personnellement, je fais honneur à mes ennemis, et on ne me cache pas que beaucoup de sympathisants des Républiques voisines en font partie. Parmi les révolutionnaires, il y a des scientifiques qui grâce à leurs lumières peuvent œuvrer au profit de la Patrie. L’intelligence mérite le respect. Vous ne pensez pas, Don Celes ?
Don Celes acquiesçait avec la graisseuse rougeur d’un sourire.
—Je suis tout à fait d’accord. Comment ne pas l’être !
—Par conséquent, moi, je veux des balles en argent pour ces scientifiques : il y a de très bonnes têtes parmi eux qui rayonneraient en comparaison des éminences de l’Etranger. En Europe, ces hommes peuvent faire des études qui ici nous font avancer. Leur place est à la Diplomatie… Dans les Congrès Scientifiques… Dans les Commissions qui se créent pour l’Etranger.
La richard s’exclama :
—Cela revient à faire de la politique savante !
Et le Petit Général Banderas murmura sur un ton confidentiel :
—Don Celes, pour ce genre de politique j’ai besoin d’un gros approvisionnement de munitions en argent. Qu’en dites-vous, mon ami ? Soyez digne de confiance, et que tout ce dont nous avons parlé reste entre nous. Je fais de vous mon conseiller, car je prends conscience de tout ce que vous valez.
Don Celes lissait ses moustaches givrées de brillantine et aspirait, délice de sybarite, les effluves de barbier qu’il répandait autour de lui. Son bulbe calvitié reluisait comme un ventre bouddhique, et un rêve de mirages orientaux voilait son esprit : une promesse de victuailles pour l’Armée Libératrice. Tirano Banderas rompit le charme.
—Vous y songez beaucoup, et vous faites bien, car l’affaire est réellement importante.
Le cachupin, la main sur sa bedaine, déclara :
—Ma fortune, toujours très réduite, et déjà grandement diminuée, est, dans sa moindre mesure, à la disposition du Gouvernement. Bien pauvre est mon aide, mais elle représente le fruit de mon honnête travail sur cette terre généreuse, que j’aime comme une patrie de cœur.
Le Petit Général Banderas l’interrompit du geste impatient d’éloigner un frelon.
—La Colonie Espagnole n’accorderait-elle pas un emprunt ?
—La Colonie a beaucoup souffert ces derniers temps. Toutefois, étant donné ses relations avec la République…
Le Petit Général pinça la bouche, concentré sur une idée :
—La Colonie Espagnole comprend à quel point ses intérêts sont en danger avec l’idéologie de la Révolution ? Si elle comprend, travaillez-là dans le sens indiqué. Le Gouvernement ne compte sur elle que pour le triomphe de l’ordre : le pays est investi d’anarchie par les mauvaises propagandes.
Don Celes s’agaça :
—L’indien maître de la terre est une utopie d’universitaires.
—Exact. C’est pour cela que je vous disais qu’il faut offrir aux scientifiques des emplois hors du pays, où leur talent ne porterait pas préjudice à la République. Don Celestino, des munitions en argent sont indispensables, et vous vous chargerez de tout ce qui s’y réfère. Allez voir le Secrétaire des Finances. Ne vous étendez pas. L’avocat connait son sujet et le mettra au courant : ils débattent des garanties et résolvent le problème violemment, car il est plus qu’urgent de cribler d’argent les révolutionnaires. L’étranger acclame les calomnies divulguées par les Agences ! Nous avons protesté par la voie diplomatique pour que soit contenue la campagne de diffamation, mais ça ne suffit pas. Don Celes, mon ami, il incombe à votre plume acérée de rédiger un document, qui, signé par deux espagnols éminents, serve l’image du Gouvernement de la Mère Patrie. La Colonie doit montrer le chemin, faire savoir aux hommes d’Etat distraits que l’idéal révolutionnaire est un péril jaune en Amérique. La Révolution signifie la ruine des éleveurs espagnols. Qu’ils le sachent et s’y prépare. L’heure est vraiment grave, Don Celestino ! Grâce à des rumeurs qui me sont parvenues, j’ai entendu parler de certains agissements que projette le Corps Diplomatique. Les rumeurs viennent d’une protestation contre les exécutions de Zamalpoa. Savez-vous si le Ministre de l’Espagne pense approuver cette protestation ?
Le crâne du riche cachupin rougit :
—Ce serait un coup dur pour la Colonie !
—Et le Ministre de l’Espagne, vous considérez qu’il serait bon à porter ces coups ?
—C’est un homme apathique… Il fait ce qui lui coûte le moins de travail. Un homme peu honnête.
—Il ne fait pas d’affaires ?
—Il accumule des dettes, qu’il ne paie pas. Vous voulez un sujet plus important ? Il voit sa place dans la République comme un exil.
—De quoi avez-vous peur ? Une entourloupe ?
—Oui, c’est cela.
—Il faut donc l’éviter.
La cachupin simula une soudaine inspiration, claquant du plat de la main son front ventru :
—La Colonie peut agir sur le Ministre.
Don Santos déchira son masque indien vert par un sourire :
—C’est ce qui s’appelle mettre dans le mille. Il faut donc agir avec violence. Les espagnols enracinés ici ont des intérêts contraires aux utopies de la Diplomatie. Toutes ces élucubrations du protocole supposent une méconnaissance des réalités américaines. L’Humanité, en ce qui concerne la politique de ces pays, est une entéléchie à trois têtes : le créole, l’indien, et le noir. Trois Humanités. Une autre politique pour ces climats n’est que pure fantaisie.
Le cachupin, baroque et pompeux, lui tendit la main :
—A vous écouter, mon admiration ne fait qu’augmenter !
—Ne vous étalez pas, Don Celes. Vous voulez bien qu’on remette à demain l’invitation que je vous ai faite. Vous n’aimez pas le jeu de la grenouille ? C’est un vrai remède pour dissiper l’excitation, mon jeu favori depuis tout petit, et je le pratique tous les après-midi. Très sain, il n’épuise pas comme d’autres jeux.
Le richard rougissait :
—C’est stupéfiant comme nous avons des goûts semblables !
—Don Celes, à très vite.
Le cachupin demanda :
—Très vite, ce sera demain ?
Don Santos hocha la tête :
—Si cela peut être avant, alors avant. Pour ma part, je ne dors pas.
Don Celes l’encensa :
—Professeur d’énergie, comme ils disent dans notre Quotidien !
Tirano le renvoya, cérémonieux, la voix saccagée par un chapelet de glaviots.

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