vendredi 13 mai 2011

Entretien avec Lluís Maria Todó (traducteur littéraire du français vers l’espagnol et le catalan), réalisé par Laëtitia Sworzil












Je tiens à remercier chaleureusement Lluís Maria Todó d’avoir pris le temps de répondre avec autant de soin à mes questions. C’est avec force détails, émaillés d’une pointe d’humour et d’ironie, qu’il nous livre ici ses considérations sur le dur mais passionnant métier de traducteur littéraire. Et comme, de surcroît, Lluís Maria Todó a plusieurs cordes à son arc – il est également romancier, essayiste, critique littéraire et musical – et, par là même, plus d’un tour dans son sac (!), nul doute que le récit amusé de ses pérégrinations à travers les fabuleuses contrées de la littérature et de la traduction vous ravira.

Presentación : Nació en Barcelona en 1950. Es profesor emérito de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha traducido al castellano o al catalán obras de Flaubert, Proust, Balzac, Maupassant, Bossuet, Tournier, etc. Ha publicado seis novelas, y es autor de numerosos artículos y ensayos sobre literatura francesa y estilística de la traducción.

1) ¿ Cómo y cuándo usted empezó a traducir ? Yo tenía veintitrés años y todavía no había terminado mis estudios de Filología Francesa, aunque conocía bien la lengua porque fui a una escuela bilingüe y más tarde cursé dos años en las universidades de Pau y París. Le pedí trabajo a un amigo mío editor, y se mostró muy generoso: me ofreció una novela policiaca francesa, “Alpha Beretta”, de Klotz, para que tradujera unas páginas como prueba. Le gustó mi trabajo y me encargó la traducción de cuatro o cinco libros más del mismo autor, para la colección “La Serie Negra”, que en aquellos años, (los setenta del siglo pasado) agrupaba a varias editoriales de Barcelona y llegó a alcanzar gran prestigio. Ese fue mi estreno como traductor literario. Es posible que antes tradujera algún que otro texto, pero no me acuerdo.

2) ¿ Qué piensa usted de su primera traducción ? Me parece mejorable en algunos detalles, pero perfectamente aceptable en lo fundamental. Supongo que una prueba de lo que digo es que otra novela que traduje ese mismo año de 1974, “Un sac de billes”, de Joseph Joffo, se ha seguido publicando sin cambios.

3) Hoy en día, ¿ cómo percibe usted el oficio de traductor ? En España el traductor literario (sólo puedo hablar de traducción literaria, desconozco las demás especialidades) tiene un gravísimo problema de profesionalización. Por desgracia, las tarifas que pagan los editores no permiten que en este país nadie pueda dedicarse exclusivamente a traducir literatura. La consecuencia es que el traductor literario, en España, es como una variedad de escritor: trabaja porque ama la literatura y la lengua, o las lenguas, pero no para ganarse la vida (salvo que escriba o traduzca best-sellers). En mi caso personal, a veces tengo la sensación de que traducir es como escribir una novela, pero sin el problema de eso que los latinos llamaban la inventio y la dispositio: ya tengo el argumento, los personajes, los escenarios, la estructura, y yo sólo tengo que poner las palabras, la elocutio. Si estoy traduciendo un buen libro, eso me procura placer extraordinario. Ahora, a mis 61 años, puedo permitirme elegir los libros que voy a traducir, incluso a veces aconsejar títulos a los editores, y traducir un buen libro me da momentos de gran felicidad.

4) ¿ Se dedica usted exclusivamente a la traducción ? No, ya le he dicho que esto en España es muy difícil: yo me gano la vida como profesor universitario. He enseñado sobre todo Literatura Francesa, Traducción Literaria, Teoría de la Literatura, Retórica, etc.
Sólo en una ocasión gané bastante dinero traduciendo: fue cuando, en el año 1983, se creó en Barcelona TV3, la cadena de televisión en catalán. Necesitaban traductores para las películas, documentales, series, etc., y los buscaron entre los profesionales de prestigio. Como éramos muy pocos y en aquel momento TV3 tenía mucho dinero, nos pagaban muy bien. Pero aquella situación terminó pronto: en seguida entraron muchos traductores, las tarifas bajaron (la calidad también), y yo abandoné el trabajo.

5) ¿ De qué herramientas se vale usted para traducir un texto ? Sobre todo los diccionarios, claro, monolingües y bilingües; y ahora además todos los buscadores de internet. A veces consulto con amigos nativos, sobre todo para términos y giros de la lengua más coloquial. Estas son las herramientas que uso para resolver los problemas de equivalencia entre lenguas. Pero esa es sólo una parte de la traducción y sus problemas. El aspecto seguramente más fundamental es conseguir un buen texto en la lengua de llegada. En este caso, sólo puedo fiarme de mi instinto, o por decirlo menos románticamente, de mis lecturas, de mi trato prolongado con los buenos escritores en ambas lenguas, la de partida y la de llegada. Trato de situar el tono del texto de partida y encontrar un equivalente aceptable en las dos lenguas a las que traduzco, el español y el catalán.

6) Cuando usted encuentra una dificultad y está bloqueado(a), ¿ cómo la supera?
Lo primero que hago es procurar no obsesionarme, no bloquearme. Marco la dificultad con un asterisco, y sigo adelante (diré entre paréntesis que yo empecé a traducir en la era de la máquina de escribir y el papel carbón; en aquel tiempo las técnicas tenían que ser muy distintas, claro). Las dificultades léxicas se resuelven con consultas a diccionarios y enciclopedias, buscadores de internet, consultas con nativos, etc. Las otras, que son las más difíciles de resolver: giros complicados, problemas de registro, de tono, etc., al final las acabas resolviendo en las sucesivas revisiones, a veces cuando menos lo esperas: en el autobús, paseando por la calle... La experiencia me ha enseñado que, por desgracia, muchas veces esas dificultades complicadas se resuelven con pérdidas más o menos graves, pero esta es la ley ineluctable de la traducción. Todo trasvase implica una pérdida; a veces la pérdida se puede compensar, otras veces no.

7) ¿ Traduce usted textos de diferente índole ? Si es el caso, ¿ en qué es específica su traducción ?
En la gran mayoría de casos, traduzco narrativa, novelas o relatos, muchas veces de autores clásicos, y casi siempre del francés; algunas veces del inglés y muy raramente del alemán. También he traducido alguna pieza de teatro, películas y documentales, ensayos, textos para catálogos de instituciones culturales, e incluso una vez los títulos que se proyectan en las óperas representadas en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Y si alguna vez me he encontrado con la obligación de traducir un poema incluido en un texto en prosa, he intentado ser muy modesto y respetuoso y no intentar ser lo que no soy, es decir, no pretender ser poeta.

8) ¿ Qué tipo de relaciones tiene usted con los editores ?
Son muy variables: con algunos me une cierta amistad, salimos a cenar o a tomar copas, y a veces me permito sugerirles títulos para traducir. A otros los veo en reuniones mundanas, cócteles, premios literarios, etc. Con otros sólo he intercambiado correos electrónicos. A uno tengo la intención de llevarlo a los tribunales.

9) ¿ Qué tipo de relaciones eventuales tiene usted con los autores que traduce ? Si se refiere a relaciones personales, hasta ahora sólo he intercambiado algún correo electrónico con uno, Tristan Garcia, al que le pedí que me aclarara algunos puntos de su novela “La meilleure part des hommes”; me respondió muy amablemente. Por cierto, que en español, las palabras part y partie se traducen ambas por el término castellano “parte”, con lo cual el título “La mejor parte de los hombres” contiene inevitablemente una insinuación erótica. Cosas de la traducción.
Si se refiere a otra clase de relaciones, el hecho de haber traducido al catalán los tres mejores libros de Flaubert (o eso creo): Madame Bovary, L’Éducation sentimentale, y Trois Contes me ha procurado tal familiaridad con su estilo, sus ritmos, su universo imaginativo y moral que a veces ha llegado incluso al disgusto. Percibo la frase flaubertiana en cualquier escritor de cualquier época, y a veces eso resulta molesto. Digamos que llegué a estar auténticamente obsesionado con Flaubert. Ahora creo que estoy curado de esta obsesión, y como lector disfruto mucho más con Stendhal, por ejemplo.

10) ¿ Cuál es su mejor recuerdo como traductor(a) ? ¿ Y el peor ? El mejor recuerdo y el peor se refieren al mismo texto original: Madame Bovary, de Flaubert, que traduje al catalán allá por el 1990. Como recuerdo agradable, la belleza de las frases, lo cuidado del estilo, que me permitió experimentar con el catalán en un momento en que esta lengua salía de una etapa de resistencia política que, lingüísticamente, había provocado un exceso de rigidez académica y arcaizante. El mal recuerdo: cuando estaba traduciendo la larguísima y horrenda agonía de Emma Bovary, llegué a encontrarme seriamente enfermo y tuve que tomarme unas semanas de descanso.

11) ¿ Se le ocurre un texto particular que le gustaría traducir o que le hubiera gustado traducir ? Sin la menor vacilación: “À la Recherche du temps perdu”, de Proust, mi obra literaria favorita en todas las lenguas y de todos los tiempos. Las actuales circunstancias del mercado editorial en catalán y en español lo han hecho imposible.

12) A su parecer, ¿ el traductor es un autor o un « pasador » ? Creo que un buen traductor ha de encontrar la medida justa entre los dos extremos. Como lector, no me gusta reconocer el estilo de un traductor en todas sus traducciones, porque cada autor original tiene su voz, o sus voces, que hay que intentar mimetizar. Precisamente esta capacidad mimética, este camaleonismo es lo que convierte al buen traductor en un auténtico autor, alguien capaz de reconocer voces distintas en cada autor y cada personaje, y reproducirlas en su propia lengua. Eso es algo que hacen los grandes escritores, y también en eso el ejemplo máximo es Marcel Proust. Por eso es muy importante que el traductor literario tenga un oído muy fino, muy bien entrenado para captar los diversos matices de la lengua original, y es fundamental también que disponga de un buen equipo de herramientas en su lengua de traducción que le permita reproducir, en la medida de lo posible, aquellos matices, aquellas voces, aquellos universos psicológicos y morales.

13) ¿ Esta actividad (la traducción) le ha convertido en un(a) nuevo(a) lector(a) ? ¿ Qué tipo de lector(a) ? No sé si por desgracia, pero la verdad es que me ha convertido en un lector muy desconfiado con las obras traducidas. Siempre que puedo leo los textos literarios en su lengua original, y cuando ello no es posible (con demasiada frecuencia, hélas!), no puedo evitar la sospecha: ¿seguro que estoy leyendo lo que escribió el autor? Por otra parte, a la mayoría de traductores se nos desarrolla en la cabeza un mecanismo curioso: cuando leemos un texto traducido de una lengua que conocemos, vemos detrás, como en transparencia, el texto en la lengua original, y sometemos la traducción a una crítica despiadada. A veces resulta muy fastidioso.

14) ¿ Qué consejo(s) le daría usted a un(a) traductor(a) novel ? Si seguimos hablando de traducción literaria, un solo consejo: leer, leer y leer. Que lea todo lo que pueda en la lengua de la que quiere traducir, los clásicos, por supuesto, pero también la prensa, la literatura de consumo, todo; y que lea con las antenas bien alerta para detectar estilos, idiolectos, registros. Y que lea mucho también en la lengua o lenguas propias: que estudie bien la normativa de su lengua, que aprenda de los buenos maestros, y que haga ejercicios de camaleonismo, imitaciones, que haga pastiches de autores extranjeros en su lengua. Si hablamos de las lenguas en las que yo trabajo, no hay mayor éxito que lograr que Proust hable en castellano sin dejar de ser Proust y sin dejar de hablar en buen castellano. Este es el ideal, creo. El traductor literario tiene que adiestrarse en los placeres del travestismo, del maquillaje, de la renuncia a la propia voz a favor de otras voces. Un buen traductor literario, creo, hace un uso perverso de su lengua, y obtener provecho de las perversiones es un placer al alcance de muy pocos, sólo de los más exquisitos.

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