lundi 23 avril 2012

Version à rendre pour le 2 mai

Cuando alcanzó su casa, aún no habían empezado a caer las primeras gotas.
Toda la familia Nives procedía de aquella casona ancha y sólida de ganaderos señores, que ahora era suya, aunque, como todos sus bienes, los tenía su madre en usufructo.
Otros parientes de Eulogio se habían instalado en Madrid y en varias capitales de provincias. Casi todos eran grandes burgueses, mucho más ricos que lo había sido Miguel Nives, el padre de Eulogio, aunque su manera de vivir no era mejor que la que había establecido Mariana para ellos. Las Empresas Comerciales Nives, por ejemplo, con un capital de muchos millones, pertenecían a sus tíos y a sus primos hermanos casi totalmente... Y todo esto tenía importancia, mucha más importancia en la familia de Eulogio, que en la mayoría de las familias españolas corrientes, porque los Nives tenían un instinto familiar fuertísimo. Paulina solía decir que los Nives eran una especie de masonería desparramada por la nación. Ni siquiera la guerra civil les había desunido. Todos los parientes, de distintas tendencias políticas, se habían ayudado cuanto pudieron salvando todas las diferencias de opinión. A Eulogio le ayudaron sus parientes cuando estuvo en América; y al llegar a España le habían tendido una mano. Eulogio se sentía más sólidamente asentado en la vida al darse cuenta de que no estaba solo, de que pertenecía a un clan. Un clan de trabajadores, llenos de tesón, afortunados.
Antonio Nives, aquel primo segundo de Eulogio, con el que Paulina se había negado a marchar a Ponferrada, era el Nives más acaudalado y menos característico; éste (hijo de un buen abogado de Barcelona) era rico sin ninguna clase de mérito propio. Era rico por gracia del destino. Su madre (una muchacha de origen filipino, con una fortuna inmensa) murió al nacer Antonio y ahora él había heredado esta gran fortuna. El abogado, su padre, que también le había hecho estudiar esa carrera con la esperanza de tenerle en su bufete, le desesperaba al ver la vida que hacía Antonio de absoluta pereza y despilfarro. Se había confiado en su matrimonio como en un recurso. Pero desde que se había casado iba mucho peor aún...
Todos los Nives consideraban a Antonio con ciertas reservas. El matrimonio que había hecho les llenaba de asombro, porque Rita Vados, la mujer de Antonio, era exactamente la clase de persona que cualquier señora Nives hubiese deseado para su hijo, así como Paulina, la mujer de Eulogio, hubiera sido considerada una desgracia familiar siempre... Y sin embargo, Eulogio, un muchacho sensato, que siempre hizo lo que sus padres esperaban de él, había escogido a Paulina, y era Antonio, el nervioso, el «artista» —y sus parientes daban a esta palabra un retintín bastante merecido, pues Antonio presumía de poeta y escritor sin razón alguna— quien había sabido elegir y conquistar a la hija de los condes de Vados de Robre, la mejor familia del país, y la única aristócrata del pueblo. 

Carmen Laforet, La mujer nueva

Aucun commentaire: